Wangari Maathai

Wangari Muta Maathai (1940-2011), Bióloga y ecologista keniana, fue la primera mujer africana que recibió el Premio Nobel de la Paz, y la primera en África Central y Oriental en conseguir un título de doctorado.

Su infancia transcurre en una casa sin electricidad ni agua corriente, realizando las tareas habituales de las niñas y mujeres kikuyu, como cargar enormes fardos de leña, sin que ello le impidiera licenciarse en Biología en Estados Unidos gracias a una beca.

Consigue un puesto como profesora de Anatomía Veterinaria en la Universidad de Nairobi, donde llegaría a ser catedrática (1977) y funda el Movimiento Cinturón Verde (1977), que centra su actividad en la plantación de árboles como medio de mejorar las condiciones de vida de la población, haciendo partícipes de este proyecto a miles de mujeres, dándoles empoderamiento y promoviendo su imagen en la sociedad. Bajo esta iniciativa que se extendió a otros países, se habían plantado en Kenia en 2004, más de 30 millones de árboles.

Sus desafíos al Gobierno dictatorial de su país, en defensa de los derechos humanos y medioambientales, la condujeron a prisión en varias ocasiones.

En 2003 es nombrada viceministra de Medio Ambiente del nuevo Gobierno de Kenia.

 


 

 

Wangari Maathai:

la valiente tejedora de ropa de la tierra desnuda

«La crisis ecológica es tanto una crisis física como espiritual. Para abordarla se precisa un nuevo nivel de consciencia».

«Hasta que caves un agujero, plantes un árbol, lo riegues y lo hagas sobrevivir, no has hecho nada. Solo estás hablando».

Un árbol de más de doscientos años, de más de veinte metros de altura, cae en medio de la selva del Congo bajo la acción de la motosierra de diez hombres. Los ojos de Wangari Maathai se cubren de lágrimas. Momentos antes había contemplado su vibrante vida latiendo en unas raíces firmemente ancladas al suelo y en las verdes hojas de su amplia copa. «Solo el 35% se convertirá en madera», le comenta alguien. «El hecho de que más de la mitad de la madera de aquel árbol terminara convirtiéndose en humo, aunque hasta el momento en que fue talado hubiera poseído una dureza tal como para soportar tormentas, absorber el agua de la lluvia y resistir las sequías, me afectó… La extensión de las raíces en la tierra y de las ramas en el cielo me ofrecía un atisbo de la belleza y la complejidad de los procesos naturales, que nuestros instrumentos científicos, a pesar de toda su sofisticación, aún no son capaces de explicar». (…) «Recordé la carga que supone el mero hecho de saber lo que se está perdiendo».

Para la sensibilidad de Wangari Maathai ante la pérdida del mundo natural, no era solo un viejo sapelly de doscientos años el que caía al suelo; «Lo que vi aquel día lo sentí como una herida en muchos niveles… En su derrumbe había un eco de todos los árboles, bosques y selvas que estaban desapareciendo en todo el mundo». En su desplome vio la destrucción de tantas cosas… del medio ambiente, de los valores, de las bellas imágenes de su infancia: el río de agua limpia donde flotaban huevos de rana que luego colocaba fascinada en torno a su cuello, como si fueran perlas; la narración de cuentos por las noches junto al fuego del hogar, las tradiciones… Pero ahora, las colinas estaban desnudas, los ríos secos y sucios, las tradiciones que conoció, desparecidas casi por completo.

Y es a esta lucha contra la deforestación, la desertización, la pobreza, la injusticia, la pérdida de valores, las prácticas corruptas… a la que Wangari Maathai consagró toda su vida, actuando como una madre (Mama Miti) con una sensibilidad especial para reconocer las heridas de la Tierra y trabajar en su sanación: «Son las dolencias externas de nuestro herido mundo, que no solo tienen un impacto en el entorno en el cual vivimos, sino también en lo que podríamos llamar nuestra ecología interna, nuestra alma y nuestro sentido de ser humanos».

Esta fue la razón de ser de Wangari Muta Maathai, «mujer negra y verde», mujer de coraje y sonrisa indestructibles. Culta, generosa, elocuente, enérgica, vitalista, de una valentía y perseverancia fuera de lo común. «Es cierto que es una “supermujer”, pero es una supermujer encantadora», dijo de ella su mentor Hofmann. La primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz, y la primera en África Central y Oriental en conseguir un título de doctorado y en dirigir un departamento universitario en la Universidad de Nairobi.

En su país, Kenia, la llaman «Mama Miti», «la madre de los árboles». Bajo el impulso y los valores del Movimiento Cinturón Verde que ella fundó, las mujeres africanas plantaron en Kenia más de 47 millones de árboles, permitiendo además la creación de miles de empleos y el fortalecimiento de la imagen de la mujer en la sociedad.

Humillada en público durante su proceso de divorcio (su marido le puso una demanda de divorcio por «ser demasiado instruida, tener demasiado carácter, ser demasiado exitosa y demasiado obstinada para ser controlada») fue también perseguida, golpeada y encarcelada en varias ocasiones por desafiar al régimen dictatorial de Daniel Arap Moi en defensa de sus ideales: los derechos humanos y medioambientales.

Además del Nobel de la Paz, recibió más de treinta premios internacionales a lo largo de su vida por sus incuestionables logros en materia medioambiental, la lucha contra la pobreza, los derechos de las personas, muy especialmente de las mujeres, y la defensa de la democracia. Los primeros fueron una garantía para seguir viva, pues el Gobierno dictatorial de Moi no podía permitirse asesinar a una persona con reconocimiento internacional. «El apoyo internacional fue, sin duda, la razón por la que no acabé en las celdas de tortura como muchos otros».

Su acción es aún más significativa teniendo en cuenta que muchos de sus logros los consiguió más allá de que el marco político y social en que desarrolló su labor fuera marcadamente hostil hacia su persona e ideales. Y esto es algo que intentó transmitir toda su vida, el valor del individuo como tal y su capacidad para conseguir lo que se propusiera más allá de circunstancias y Gobiernos adversos.

Wangari Muta Maathai nació en la estación de las lluvias, el 1 de abril de 1940, en Ihithe, una aldea del distrito de Nyari situada a 2800 metros de altitud, en las tierras altas del centro de Kenia, y fue la tercera de seis hijos.

«Cuando nací, la región de Ihithe era todavía exuberante, verde y fértil… Llovía con regularidad y el agua limpia se encontraba por doquier. Había extensos campos de maíz, cereales, trigo y hortalizas a los que nunca faltaba el agua. El hambre era una excepción. La tierra era fértil, húmeda y de un hermoso tono rojizo oscuro».

Su familia pertenecía a uno de los diez clanes de los kikuyus, el grupo étnico con más población en Kenia. Cada uno de los clanes tenía una tarea o cualidad que lo caracterizaba (medicina, profecía…); el de Wangari estaba relacionado con el liderazgo. Por la sangre de Wangari también corría sangre masái; su madre, de figura esbelta, descendía de una mujer masái que fue raptada por los kikuyus durante un asalto.

«Mi padre era alto y un hombre fornido. La fuerza física de mi padre adquirió dimensiones legendarias». A su madre la describe como una mujer de personalidad y cuerpo fuertes, muy trabajadora y muy bondadosa. «Hasta donde me alcanza la memoria, mi madre y yo estuvimos siempre juntas, siempre conversando. Ella fue el sostén de mi existencia». Admite que el rasgo de su carácter de guardar para sí sus pesares es algo que heredó de su madre, cuya serenidad y compostura en toda circunstancia fueron una fuente de inspiración en su vida.

La infancia de Wangari transcurrió junto a sus padres, que vivían de la tierra en una cabaña de barro sin electricidad ni agua corriente, desde donde podía observar su amado monte Kenia, «la montaña brillante», un lugar sagrado para los kikuyu, que orientaban las puertas de sus viviendas hacia allí. «La gente creía que mientras el monte fuera monte, Dios estaría con ellos y nunca les faltaría de nada».

Dentro de los kikuyu, todos los trabajos de cultivo de la tierra (sembrar semillas, arar el suelo, regar…) corrían a cargo de las mujeres y las niñas. También se ocupaban de cargar enormes fardos de leña, traer agua, ordeñar las vacas y cabras y realizar las tareas del hogar. Ya entonces, siendo apenas una niña, en la forma de acometer algunas de las labores del campo, dio muestras de la extrema dedicación y casi compulsiva tenacidad con la que posteriormente acometería todos los trabajos y retos a lo largo de su vida.

Wangari Maathai ha reconocido siempre que poder estudiar en aquella época, y más aún siendo una niña, fue un privilegio que en principio tiene que agradecer a un hermano suyo y a sus padres. Finalizó sus estudios de secundaria en un internado católico cerca de Nairobi. Posteriormente, gracias a sus excelentes calificaciones y la recomendación del obispo de la diócesis de Nairobi, fue una de las trescientas kenianas que obtuvo una beca del programa «Kennedy Airlift» para estudiar en universidades de Estados Unidos. «Un mundo nuevo se abrió ante mis ojos».

Se dedica con tesón a sus estudios en la Universidad Mount St. Scholastica de Atchinson, Kansas, dirigida por monjas benedictinas. Allí obtiene la licenciatura en Ciencias en 1964, y gracias a una beca del Instituto Afroamericano, puede ampliar sus estudios, siendo una de las primeras africanas admitidas en la Universidad de Pittsburgh, donde realiza un máster en Biología. «Abandoné Estados Unidos con un bagaje de cinco años y medio de educación superior y con la determinación de trabajar duro, ayudar a los pobres y ocuparme de las personas débiles y vulnerables de mi país».

Al regresar a Kenia, consigue un puesto en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Nairobi como ayudante del experto en histología y embriología Reihold Hoffman, que queda impresionado con su currículum vitae. Aunque ella era bióloga y no veterinaria, era una de las pocas científicas del país que sabía de histología. Tras realizar parte de su investigación doctoral en Alemania, gracias a una beca solicitada por Hofmann, en 1969, regresa a Nairobi y contrae matrimonio con Mwangi Mathai, con el que tendría tres hijos. Dos años después, una vez obtenido el doctorado, le ofrecen un puesto de profesora titular en la Facultad de Medicina Veterinaria. Durante su estancia en la universidad, debido al trato discriminatorio a las mujeres académicas respecto de sus colegas varones, ejerció un activismo a favor de la igualdad, pero salvo excepciones, las mujeres no se unieron a su causa. «Me resistí a aceptar que un ser humano pretendiese limitar a otro, y me negué a acatar la idea de que una mujer no pudiese ser tan válida como un hombre, si no más». Aun con todo, consiguió ser la primera mujer en ocupar el puesto de directora del Departamento de Anatomía Veterinaria y el puesto de profesora adjunta, que obtuvo en 1977.

Una década después de su matrimonio, las diferencias con su esposo acaban en un proceso de divorcio en los tribunales. Esta fue una etapa amarga para Wangari.

«Las experiencias profundas nos cambian a todos. En esos momentos arriesgamos nuestras relaciones con amigos y familiares, quienes tal vez no aprueben el camino que hemos elegido o se sientan amenazados o juzgados por nuestras decisiones. Es probable que se pregunten qué fue de la persona que conocieron y se den cuenta de que no queda espacio para las aspiraciones, creencias, intereses u objetivos de ambos».

Su marido era miembro del Parlamento y hasta el más mínimo detalle del proceso de divorcio, que duró tres semanas, vio la luz pública. Una de las cosas que se publicaron fue que el esposo de Wangari quería el divorcio porque su esposa «estaba demasiado instruida, era demasiado fuerte, demasiado exitosa, demasiado obstinada y muy difícil de controlar». Los prejuicios culturales de la época hacia las mujeres instruidas hicieron que la prensa y autoridades dieran por hecho que el matrimonio había fracasado porque Wangari no cumplía con sus obligaciones y no obedecía a su marido, cebándose en su figura a modo de escarmiento público y advertencia a otras mujeres que tuvieran la osadía de desafiar la autoridad de sus maridos. «Entonces me di cuenta de que me estaban convirtiendo en un chivo expiatorio para que todo aquel que se sintiera resentido con las mujeres modernas, instruidas e independientes, tuviera oportunidad de escupirme en la cara. Así que decidí levantar la cabeza, sacar pecho y pasar el trago con dignidad: estaba decidida a demostrar a las mujeres y niñas que debían sentirse orgullosas y jamás avergonzarse de su educación, éxito y talento. “Lo que tengo –me dije– es motivo de celebración, no de vergüenza ni escarnio».

El tribunal falló en su contra y Wangari Maathai salió de la sala sintiéndose traicionada, engañada y llena de dolor.

Cuando tras el divorcio, su marido, Mwangi Mathai, le hizo saber que no quería que siguiera utilizando su apellido, a ella se le ocurrió la idea de añadir una «a» más al mismo y seguir usándolo, para no sentirse como un objeto cuyo nombre va y viene dependiendo de quién lo adquiere. «A partir de aquel momento solo yo decidiría quién era: Wangari Muta Maathai».

Una semana después del juicio, sus declaraciones en una entrevista sobre el fallo del jurado, diciendo que la única explicación que encontraba era que el juez fuera un incompetente o un corrupto, desencadenaron una serie de reacciones que la llevaron de nuevo a los tribunales, donde fue condenada a seis meses de prisión, arrestada de inmediato y conducida a la cárcel de mujeres de Lang’ata, en Nairobi.

Este sería el primero de los arrestos carcelarios que sufriría a lo largo de los años venideros. Por fortuna, el ingreso en prisión fue breve debido a la presión social, pero esta experiencia marcó un antes y un después en su vida. Fue un periodo difícil, de deudas y apuros económicos.

En 1979, alentada por sus colegas, decide presentarse al puesto de directora del NCWK, el Consejo Nacional de Mujeres de Kenia, organización bastante influyente en aquella época, que abarcaba unas veinte organizaciones diferentes, entre ellas, la que dirigía Wangari, el Movimiento Cinturón Verde, que había fundado dos años antes; pero mientras ella era un vendaval de realizaciones, otras dirigentes se limitaban a hacer algún que otro acto de beneficencia o al intercambio de opiniones mientras tomaban el té. Maathai no encajaba en el perfil del tipo de mujeres que ocupaban cargos de relevancia en aquella época, ya que el único mérito que solía exigírseles era ser las esposas de hombres influyentes de la élite keniana. El tipo de mujer africana que representaba Wangari, independiente e instruida, que aspiraba al puesto por méritos propios y escapaba al control del Gobierno, no era del gusto de las autoridades.

Lo habitual en aquella época era renunciar a cualquier pretensión de ocupar un cargo cuando no se recibía el visto bueno del Gobierno. «Cuando me someten a presión de manera injustificada, tiendo a levantar la cabeza y mantenerme en mis trece, justo lo contrario de lo que pretenden aquellos que me presionan». Wangari, en vez de bajar la cabeza, la levantó aún más, y consiguió ocupar la dirección del NCWK; eso sí, tras varias tentativas fallidas, aunque el Gobierno le hizo pagar cara su rebeldía. Durante la mayor parte de los años ochenta, el NCWK y el Movimiento Cinturón Verde, que ella fundó, pasaron apuros para seguir adelante; el régimen tachó a Wangari de «desobediente» y trató de restringir sus actividades y acallar su voz.

En 1982 decide presentarse a las elecciones parciales al Parlamento con el propósito de enfrentarse en su propio terreno al Gobierno con el que tantos desencuentros había tenido. La corrupción del sistema judicial y político de aquella época impidieron que pudiera presentar su candidatura, y no solo eso: el poder le preparó una encerrona que hizo que perdiera su plaza en la universidad como directora del Departamento de Anatomía Veterinaria, un puesto que había ocupado, con gran dedicación y profesionalidad, durante dieciséis años.

Fueron momentos difíciles, con tres hijos, sin trabajo, sin apenas ahorros y a punto de ser desahuciada de su casa.

«Tenía cuarenta y un años y, por primera vez en décadas, no tenía nada que hacer. Habría que empezar de cero».

Tiempos de adversidad, tiempos de cambio

«Nadie es capaz de controlar cada una de las situaciones en que se encuentra; lo único que podemos controlar es la forma en que reaccionamos ante la adversidad».

«Para mí, el fracaso siempre ha sido un acicate para volver a levantarme y seguir adelante. Cualquiera que haya logrado algo en la vida se habrá topado con diversos obstáculos; pero lo importante es salvarlos y continuar adelante. Esa ha sido siempre mi actitud. Y sí, a mí los obstáculos también me obligaron a detenerme, pero nunca a abandonar la carrera».

Aunque había perdido todo aquello que le proporcionaba una estabilidad (trabajo, casa, matrimonio, la opción de presentarse al Parlamento), todavía era directora del Consejo Nacional de Mujeres de Kenia (NCWK) y seguía al frente del Movimiento Cinturón Verde, entonces un proyecto en estado embrionario. En aquel instante, toma conciencia de que quizás era el momento de comprometerse totalmente y ver hasta dónde podría llegar esa organización invirtiendo la fuerza, el tiempo y los recursos suficientes.

Por suerte para ella, en 1981 surgiría una oportunidad que cambiaría el curso de su vida y el futuro del Movimiento Cinturón Verde.

Aprovechando la Conferencia de Naciones Unidas sobre Energías Renovables que se celebró en Kenia, tiene ocasión, durante el transcurso de la misma, de hacer importantes contactos y despertar el interés de otras instituciones de Naciones Unidas por la labor del Movimiento Cinturón Verde. Gracias a ello, a finales de 1981 recibe una ayuda crucial, una importante subvención del Fondo Voluntario de Naciones Unidas para la Mujer, que incluía una pequeña retribución anual para vivir, lo que le permite dejar de buscar trabajo y centralizar todos sus esfuerzos en la expansión y coordinación del Movimiento Cinturón Verde, aplicando sus conocimientos y energía en un ámbito totalmente diferente.

Tanto es así que, a mediados de los ochenta, el movimiento había expandido sus horizontes notablemente y exigía de Wangari una dedicación media de dieciocho horas diarias. Este nuevo impulso y esfuerzo se materializó en dos mil grupos de mujeres dedicadas al cultivo de los árboles, más de mil círculos verdes a cargo de escuelas y estudiantes del país y varios millones de árboles plantados.

Con el tiempo, aún en vida de Wangari, el Movimiento Cinturón Verde contribuyó a la creación de más de seis mil viveros, dirigidos por seiscientas redes distintas de comunidades, implicando a cientos de miles de mujeres y también a muchos hombres en el proyecto. A principios del siglo XXI, solo en Kenia, se habían plantado más de treinta millones de árboles (se cuentan solo los que sobreviven).

Tras las desilusiones, el dolor y el rechazo al que tuvo que hacer frente en su país, a partir de 1985 comienza a llegar el reconocimiento internacional. Crecen las invitaciones a reuniones y conferencias sobre medio ambiente, a la vez que el movimiento expande su actividad a otros países de África, dando lugar a la fundación de una Red Panafricana de Cinturones Verdes, y tanto ella como la organización MCV comienzan a recibir del exterior premios de prestigio. Uno de ellos, el premio Mujeres del Mundo, se lo otorgó en 1989 el grupo Women Aid, con sede en el Reino Unido, y recibió el galardón durante una ceremonia en Londres, junto a la madre Teresa y de manos de Diana de Gales.

Estos premios fueron beneficiosos porque despertaron el interés de los medios internacionales hacia su labor, a la vez que permitieron aumentar el presupuesto del MCV. Sin embargo, el Gobierno de Kenia reaccionó de forma totalmente distinta, inventando formas de acabar con la organización cuando vieron que detrás había algo más que un «grupo de mujeres inofensivas plantando árboles». La educación en valores, responsabilidades y derechos que se propugnaba desde esta institución iba en contra de los intereses del Gobierno. Wangari abandonó la dirección del NCWK y el Movimiento Cinturón Verde se convirtió en una ONG independiente.

Mientras desarrolla su labor al frente del MCV, en medio de un entorno político represivo, participó en movimientos a favor de un espacio político que asegurase la libertad de pensamiento y expresión. Y, de nuevo, una confrontación directa con las autoridades a raíz de un incidente para proteger el parque Uhuru.

A través de un confidente anónimo, se entera de un proyecto del Gobierno para construir un complejo de rascacielos en el parque Uhuru, lo que sería el Central Park de Nairobi, su último pulmón. Por aquel entonces, Nairobi ya había dejado de ser «la ciudad verde bajo el sol» que ella conoció en su adolescencia. El propio parque había perdido gran parte de su extensión. Pero Wangari no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados ante la construcción de aquel monstruo, «monumentos al ego, en vez de construcciones para el bien común». Fiel a su modo de proceder cada vez que tenía la convicción de estar haciendo lo que debía, se moviliza con su habitual determinación e inteligencia, haciendo llegar cartas a todas las autoridades competentes, multitud de organismos gubernamentales y empresariales, a todos los medios de comunicación, al delegado del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), al director ejecutivo de la UNESCO, y un largo etcétera. Son dignos de mencionar algunos de los argumentos que manifestó en la carta enviada al delegado del PNUD:

«Había millones de kenianos desesperados que guardaban silencio y se preguntaban qué había ocurrido en su sociedad, qué había sido de la justicia moral, del juego limpio y del sentido de la responsabilidad de aquellos que ocupan puestos de responsabilidad, de los que se supone que deben protegerlos, orientarlos y guiarlos hasta un mañana más esperanzador».

«No debemos olvidar a los millones de kenianos del mañana, a nuestros nietos, biznietos, que nos maldecirán o se sentirán avergonzados por la falta de previsión, por la avaricia desmesurada, por la arrogancia de aquellos que, en nombre del desarrollo, promueven la destrucción».

El Gobierno le da la callada por respuesta, pero su insistencia es tal que logra que la construcción del complejo de Times en el parque Uhuru acabe convirtiéndose en un asunto de interés nacional. El 8 de noviembre de 1989 los miembros del Gobierno, de forma inusual, interrumpen el debate en el Parlamento para hablar de Wangari Maathai durante ¡cuarenta y cinco minutos! Se escucharon palabras tan lamentables como «no le encuentro el sentido a que una panda de divorciadas se empeñen en criticar el complejo». Alguno, incluso, planteó que deberían lanzarle una maldición, o salala.

Todo ello solo consiguió provocar rechazo en la sociedad y en la comunidad internacional. En respuesta a los comentarios, Maathai escribió una carta a Philip Leaky, ministro consejero de Medio Ambiente, haciéndole ver que «los miembros del Parlamento no deberían dejarse distraer por la parte de mi anatomía que queda de cintura para abajo», que el hecho de que ella fuese mujer era del todo irrelevante, y que el debate sobre el complejo requería el uso de «la parte de la anatomía humana que se encuentra de cuello para arriba». La frase se publicó en todos los periódicos, con una reacción positiva de la población hacia la causa defendida por Wangari.

«No suelo buscarme retos, tan solo me encuentro con ellos. Y una vez los tengo delante, me enfrento a ellos. Sé que la situación no se solventará de la noche a la mañana, y no tengo ninguna prisa por afrontar otro problema sin haber solucionado antes el primero. La experiencia me ha demostrado que si aceptas el desafío porque estás convencido de que debes hacerlo y lo pones todo de tu parte, el resultado puede ser extraordinario».

Wangari, perseverante, siguió enviando cartas a políticos, magnates de los medios, activistas y filántropos de Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Alemania Occidental. Importantes periódicos, como el New York Times y el Independent, se hicieron eco de su lucha, de forma que los inversores extranjeros y Gobiernos implicados se empezaron a echar atrás en el proyecto hasta que, en 1990, el Gobierno, que se había quedado sin inversores, anunció que había cambiado de planes acerca del complejo.

«Que una mujer insignificante fuera capaz de desafiar a la camarilla del todopoderoso partido en el poder, KAMU, y al presidente Moi y detener un ambicioso proyecto de un Gobierno corrupto, era algo tan impensable que infundió fuerza y valor a una población acostumbrada a guardar silencio y temerosa de desafiar al Gobierno».

Un hombre de la región central se acercó a felicitar a la doctora Maathai y le dijo: «Usted es el último hombre que queda en pie».

Esta iniciativa fue precursora de movimientos civiles en contra de la represión política y la corrupción, que no cesaron a lo largo de los siguientes años.

El Gobierno, como era de esperar, recrudeció su actitud manifiestamente hostil hacia el Movimiento Cinturón Verde y hacia Wangari Maathai.

Su segundo encuentro con la prisión se produjo a raíz de su participación en un movimiento a favor de la democracia en su país. Ella y un reducido grupo de personas conocieron que se estaba planificando un golpe de Estado y Wangari estaba en la lista de personas que pretendían asesinar. Tras alertar a la prensa del golpe de Estado en ciernes, fue arrestada bajo la falsa acusación de extender rumores maliciosos, sedición y traición, este último delito castigado con la pena de muerte. Entonces tenía cincuenta y dos años y sufría de artritis en las rodillas. La estancia en una celda fría y húmeda le provocó un gran sufrimiento físico, al punto que, cuando compareció en los juzgados, apenas si podía ponerse en pie (sus rodillas nunca se recuperaron del todo). Por fortuna, en esta ocasión el juez decretó su libertad bajo fianza.

Durante su traslado al hospital desde los juzgados, dolorida y abatida, recibió muestras de apoyo de numerosas mujeres que salieron a la calle. En una de las pancartas se podía leer: «Wangari, hija valiente de Kenia, jamás volverás a avanzar en solitario». Estas muestras de apoyo la conmovieron profundamente y le dieron fuerzas. También fue de vital importancia el apoyo que recibió del exterior, de los contactos internacionales que tenía en organizaciones que, a su vez, lograron que ocho senadores de Estados Unidos, entre ellos Al Gore y Edward M. Kennedy, presionaran al Gobierno de Kenia, quien finalmente retiró los cargos en 1992.

Tardaría poco en volver de nuevo al hospital. En esta ocasión, tras ser apaleada por la policía mientras prestaba apoyo a un grupo de madres que pedía que sus hijos fueran liberados de las cárceles donde estaban encerrados por sus ideas políticas, sin derecho a juicio. Durante el año que duró la resistencia pacífica de las madres, Wangari fue su líder, coordinaba y asesoraba sus movimientos y las acompañó en todo momento. En el transcurso de la lucha salieron a la luz pública numerosos casos de tortura sufridos por la población a manos del Gobierno. Finalmente, los presos fueron puestos en libertad ante la creciente presión nacional e internacional.

En 1998, el Movimiento Cinturón Verde inicia una campaña para proteger el bosque de Karura (el último bosque de Nairobi) de los promotores y los especuladores privados, en cuyas manos iba a poner el Gobierno este terreno público. Su forma de protesta fue una vez más un ejemplo de perseverancia y de no darse jamás por vencida, a la vez que asumió una forma un tanto peculiar; consistía en volver una y otra vez al bosque con un grupo de gente a plantar árboles y, cuando la situación se complicaba, cantaban canciones sobre la necesidad de proteger el bosque y se ponían a bailar. «Aquella era una táctica para desarmar a los hombres armados que teníamos delante y lo cierto es que resultaba eficaz. Recuerdo cómo nos miraban y la rapidez con que se les borraban del rostro las expresiones de mal humor». Hasta que un grupo de vigilantes armados contratados por los especuladores les atacó con látigos, garrotes y piedras. Cuando le pasaron un papel para que firmara su denuncia de agresión, estampó una X con la sangre que le manaba de la cabeza. De nuevo, las portadas de los periódicos y la presión internacional, incluida la de Naciones Unidas. Poco después, el presidente prohibía la asignación de suelo público. Fue un nuevo triunfo para el Movimiento Cinturón Verde liderado por Maathai.

«Mucha gente me cree una mujer con una valentía fuera de lo común… A mi entender, la destrucción del bosque Karura, al igual que la desnutrición de las mujeres en los años setenta, el complejo de Times en el parque Uhuru, los presos políticos detenidos sin derecho a juicio, constituían problemas que requerían una solución, y las autoridades me impedían llegar a ella. Lo que la gente considera osadía es en realidad perseverancia y, como me concentro en la solución, no soy consciente del peligro… de modo que no doy cabida al miedo».

Carrera política

Las razones por las que Wangari se planteó entrar en política fueron su intención de luchar desde dentro contra la creciente pobreza y corrupción y la pésima política medioambiental responsable de la pérdida de suelo fértil. Quizás encontró los mismos argumentos que la gente que la instaba a una carrera política, tanto desde ámbitos públicos como privados, cuando decían: «Si ha conseguido todo eso sin ser miembro del Parlamento, imaginaos lo que podría conseguir si lo fuera». En todo caso, lo que sí conocemos es el pensamiento de la doctora Maathai respecto a la responsabilidad política: «Los buenos gobernantes ayudan a la gente a avanzar, pues los líderes capaces crean un entorno propicio para el desarrollo de las personas, para que estas sean productivas. Los líderes incompetentes crean un entorno incapacitante, un entorno que alienta conflictos, que permite la explotación, que frena la creatividad y la innovación».

«Una mujer que decide entrar en política tiene que tener la piel de elefante», le dijo a una periodista. Y así debía de ser su piel, pues a pesar de su decepcionante experiencia en las elecciones de 1997, cuando aspiraba a la presidencia como candidata del Partido Liberal, cuatro años más tarde vuelve a intentarlo de nuevo. A finales de 2001, ocupaba el puesto de profesora visitante de la Facultad de Ciencias Forestales y Medioambientales de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, pero ante la oportunidad de iniciar una nueva aventura en política, en 2002 regresa a Kenia, presentándose a las elecciones al parlamento con el eslogan «Ponte a andar». «Mi intención era que los votantes entendiesen que yo no podía ofrecerles limosna ni milagros, pero que juntos lograríamos levantarnos». Es elegida parlamentaria con el respaldo arrollador del noventa y ocho por ciento de los votos en las primeras elecciones libres de su país. En enero de 2003 es nombrada viceministra de Medio Ambiente y Recursos Naturales del nuevo Gobierno de Kenia, aunque en este puesto como adjunta, que ocuparía hasta 2005, vería limitada la toma de decisiones acordes con sus ideales. «Me gustaría tener más influencia», dijo decepcionada.

Premio Nobel

La mañana del 8 de octubre de 2004 Wangari recibe en su móvil la llamada del embajador noruego, que le comunica que le acaban de conceder el Premio Nobel de la Paz, la distinción más prestigiosa y célebre en todo el mundo. Incapaz de contener las lágrimas, piensa en los años difíciles en que creía que estaba librando una batalla inútil en solitario. Y como no podía ser de otra forma, celebra la noticia plantando un árbol, de rodillas, hundiendo sus manos en la tierra, y levantando la vista hacia el monte Kenia, su fuente de inspiración, tierra sagrada de sus antepasados.

«Los árboles han sido parte fundamental de mi vida y me han enseñado multitud de cosas. Los árboles son símbolos vivos de paz y esperanza. Un árbol hunde sus raíces en la tierra pero se alza hasta el cielo, demostrándonos así que debemos mantener los pies en el suelo, pues por alto que nos propongamos llegar, la fuerza procederá siempre de nuestras raíces».

«En todos estos años, he aprendido el valor de la paciencia, la perseverancia y el compromiso». (…) «Como un árbol, con sol, suelo fértil y abundante lluvia, las raíces de nuestro futuro penetrarán en el fondo de la tierra y una fronda de esperanza se alzará hacia el cielo».

Últimos años

En 2005, Maathai fue elegida presidenta del Consejo Económico, Social y Cultural de la Unión Africana y nombrada embajadora de buena voluntad de una iniciativa dirigida a la protección de los ecosistemas forestales de la cuenca del Congo. Los seis últimos años hasta su fallecimiento proseguiría con su incansable labor asesorando proyectos, participando en foros mundiales o colocándose al frente de iniciativas como la campaña de Naciones Unidas de mil millones de árboles en noviembre de 2006, o poniendo su experiencia al servicio de asociaciones como AWEPA (Asociación de Parlamentarios Europeos para África).

Solo la muerte pudo poner fin al historial imparable de esta mujer de acción poderosa. Wangari Muta Maathai falleció el 25 de septiembre de 2011, en un hospital de Nairobi. Quizás fue justicia poética de la vida que Mama Miti, la madre de los árboles, muriera precisamente el Año Internacional de los Bosques. «Este es mi hogar y aquí me quedaré. Cuando llegue el momento, espero ser enterrada aquí, en el corazón de mi tierra». Y así fue, la tierra que tantas veces había acogido las semillas de futuros árboles plantados por la mano vigorosa de Wangari, se abrió una vez más, esta vez para recibir en su seno a una mujer semilla, una dadora de vida. Conociendo su obra, es lícito imaginar aquel día las hojas de los árboles estremeciéndose al paso de una suave brisa que susurraba su nombre, «Mama Miti»…

La obra de su vida: el Movimiento Cinturon Verde

«¿Qué es lo que llama a una persona al servicio, a comprometerse con algo más que uno mismo, que puede transformar la vida de los individuos que la rodean y dar lugar a un cambio que parecía imposible?… A veces, lo que nos llama a la acción por una causa es lo que podríamos denominar como Dios dentro de nosotros, la Fuente, la voz que escuchamos, que nos habla en nuestro interior, que nos habla solo a nosotros, y que dice que una situación es errónea, que se ha cometido una injusticia, y que tenemos que hacer algo para invertirla».

La sensibilidad de Wangari Maathai hacia la naturaleza nunca ha estado exenta de pragmatismo. Pionera en la relación de la mejora medioambiental con la mejora de las condiciones de vida de la población, pone en pie la iniciativa que sería conocida como «The Green Belt Movement (GBM)», Movimiento Cinturón Verde (MCV).

El término cinturón verde hace referencia a los árboles que se plantan formando grandes círculos alrededor de granjas y escuelas.

Los inicios del trabajo del Movimiento Cinturón Verde tienen lugar en 1977, cuando Wangari hace una propuesta ante el Consejo Nacional de Mujeres para ayudar a las mujeres de las zonas rurales a solucionar sus necesidades básicas de agua, de alimentación y de energía para calentar y cocinar, mediante la plantación de árboles. El proyecto, que se formuló inicialmente como Harambee, Salvad la Tierra (harambee es el grito de guerra favorito de Mama Miti, y significa en swahili, «todos a una», «actuar unidos»), sería rebautizado como Movimiento Cinturón Verde.

Wangari reconoce que sus motivaciones iniciales fueron totalmente prácticas, resolver estos problemas sobre el terreno. Con el tiempo, el MCV pasó de plantar árboles para hacer frente a necesidades inmediatas (ante el avance de la pobreza, la falta de alimentos y las enfermedades) a un «intento por mitigar los efectos del cambio climático y sanar las heridas de la tierra».

«De hecho, los científicos comienzan a comprender ahora el amplísimo rango de servicios –naturales, sociales, psicológicos, ecológicos y económicos– que nos prestan los bosques».

Debido a las disputas de Wangari con el Gobierno, el movimiento casi siempre tuvo problemas de presupuesto, que era ridículo en comparación con el de otras organizaciones. No obstante estas dificultades, algunos años se llegaron a plantar casi cinco millones de árboles y se escolarizó a miles de campesinas.

Casi todos los miembros de las comunidades donde trabajaba el MCV culpaban de todos sus males al Gobierno. Y aunque ciertamente este era en gran parte culpable, Wangari quería hacer comprender a los ciudadanos el concepto de responsabilidad individual en los problemas de la comunidad, incitándoles a que analizaran dichos problemas y asumieran responsabilidades para mejorar su entorno y su calidad de vida sin esperar a que la solución viniera de los poderes estatales, poco interesados en cambiar las cosas. «El Movimiento Cinturón Verde puede dar poder a la gente si esta está dispuesta a recibir ese poder, a desempeñar su papel». «Muchos no hacen nada salvo quejarse de que otros no están haciendo nada… los Gobiernos, las autoridades locales. Pero a veces uno debe preguntarse a sí mismo: ¿qué estoy haciendo yo?».

El MCV creó toda una red de cooperativas y viveros donde mujeres casi analfabetas recibían formación sobre la importancia de la preservación del mundo natural, las ventajas de plantar árboles y cómo combinarlo con el cultivo de alimentos para su consumo. El proyecto daba capacitación a la mujer de las zonas rurales y responsabilidad, revalorizando su papel en las comunidades en cuanto empezaban a observarse resultados positivos, con la consiguiente mejora de su autoestima. El MCV ponía a su disposición los útiles, semillas y plantones, que ellas gestionaban, y por cada árbol que sobrevivía recibían una pequeña cantidad de dinero. Pasado el tiempo, estos ingresos incluso les permitían abrir un pequeño negocio.

Una vez asentadas las bases del movimiento, la bióloga africana fue más allá, buscando la raíz de los problemas de la falta de recursos en Kenia: la desnutrición, falta de leña, escasez de agua potable, pérdida de suelo… por qué la gente no podía acceder a una educación básica, «por qué nosotros mismos nos estábamos privando de un futuro».

Entonces, más allá de ese pragmatismo inicial, comprendió que no se trataba solamente de plantar árboles, sino también de implantar a la vez un cambio de perspectiva y consciencia respecto al mundo natural, y para ello el programa debía «plantar ideas» conjuntamente con los árboles.

«Con el tiempo, me di cuenta de que el trabajo del MCV no solo estaba impulsado por la pasión y la visión, sino también por ciertos valores intangibles determinantes… Estos valores engloban los aspectos intangibles, sutiles y no materialistas del MCV como organización».

Wangari Maathai define de la siguiente manera los cuatro valores determinantes del Movimiento Cinturón Verde:

El amor por el medio ambiente: se demuestra en el propio estilo de vida. Emprender acciones positivas por la Tierra.

La gratitud y el respeto por los recursos de la Tierra: valorar todo lo que la tierra nos da. Practicar las tres R: reducir, reutilizar y reciclar.

Autocapacitación: el deseo de mejorar la propia vida y sus circunstancias a través del espíritu de la autosuficiencia, y de no esperar a que sean otros los que lo hagan por ti. Abandonar la inercia y las adicciones.

El espíritu de servicio y el voluntariado: utilizar el propio tiempo, la propia energía y los propios recursos para ofrecer un servicio a los demás, sin esperar ni pedir compensación ni valoración alguna, ni siquiera reconocimiento. Le da prioridad al hecho de poner cada uno su parte por el bien común.

«He estado intentando comprender si las personas que se mueven por estos valores son estúpidas o ingenuas, o ambas cosas a la vez, por querer trabajar por el bien común y tener la esperanza de que los demás hagan lo mismo. Todo esto me ha hecho preguntarme por qué estos valores deberían ser tan importantes para la sociedad, de qué modo pueden marcar la diferencia en nuestra vida, y si aquellas personas que los encarnamos somos un puñado de locos o un puñado de sabios».

Bibliografía

MAATHAI, Wangari. Con la cabeza bien alta. Barcelona. Lumen, 2007. ISBN: 978-84-264-1612-4

EHLERT, Stefan. Wangari Maathai, la madre de los árboles: la primera Premio Nobel de la Paz africana. Barcelona. Icaria-Intermón Oxfam, 2006. ISBN: 84-7426-827-3

MAATHAI, Wangari. Movimiento Cinturón Verde: compartiendo propuestas y experiencia. Madrid. Catarata, 2008. ISBN: 978-84-8319-351-8

MAATHAI, Wangari. Devolver la abundancia a la Tierra: valores espirituales para sanarnos a nosotros y al mundo. Barcelona. Obelisco, 2011. ISBN: 978-84-9777-783-4

MAATHAI, Wangari. Cosechar agua de lluvia. Tribuna del Agua de la Expo Zaragoza, 2008. https://www.zaragoza.es/contenidos/medioambiente/…/Maathai_ES.pdf

 

ANEXO. SELECCIÓN DE TEXTOS ESCRITOS POR WANGARI

«Las personas reaccionamos solo ante las crisis, no ante sus causas, y nos adormecemos fácilmente en una falsa complacencia».

«El clima para la recepción de una idea puede ser inhóspito, y puede hacer falta tiempo para que la idea se entierre en el suelo de la sociedad y germine y extienda sus raíces. Pero al final, la idea brota a la vida y comienza a crecer».

«Los activistas tienen que recordarse a sí mismos que pueden hacer falta años para que los frutos de sus esfuerzos sean visibles. De modo que la satisfacción principal debe proceder de que lo intentaste, de que hiciste un servicio».

«…modo en que la gente asimila un mensaje nuevo. Hay personas que hacen oídos sordos o que están distraídas; así, las nuevas ideas o la nueva conciencia es incapaz de arraigar en su consciencia. Otras personas aceptan el hecho o la idea en un principio, pero los problemas que surgen con ello las disuaden de seguir adelante; puede que no quieran ir en contra de los deseos de sus vecinos o de aquellos que detentan el poder, de modo que la idea muere con ellos. Sin embargo, hay personas que no solo se abrazan a la idea, sino que además tienen el coraje de sus convicciones para llevarla a efecto. Estas personas reúnen los valores requeridos».

«Darnos por completo, a pesar de las burlas y el desánimo, y olvidarnos de negacionistas y críticos… no exige el compromiso de ir corriendo hasta donde se encuentre el problema, en lugar de enterrar la cabeza en el suelo o de huir lo más lejos posible, creyendo equivocadamente que vas a poder escapar del todo».

«Me gustaría aconsejar a los jóvenes que dejen que sus experiencias les lleven al siguiente nivel, y que den siempre el cien por cien. De ese modo, cuando seas viejo y eches la mirada atrás, podrás decirte a ti mismo que quizás no hayas alcanzado todo lo que te habías propuesto conseguir, pero que al menos hiciste cuanto pudiste».

«Si la mayoría de las personas creyéramos que el valor de nuestra vida se halla más allá del materialismo, y que la verdadera riqueza no se encuentra solo en la riqueza económica, revisaríamos cualquier suposición que pudiéramos tener respecto a que la conservación significa necesariamente privaciones, y nos llevaría a la acción para preservar y reparar lo que tenemos».

«La economía y la cultura de muchos pueblos nativos han pasado del sentido de responsabilidad colectiva por el bienestar de la comunidad, basado en compartir lo espacios públicos y en el bien común, a una ética individualista que se centra en el yo… En la actualidad existe una desorientación patente y una desconexión de la tierra y de las costumbres que física, medioambiental y moralmente las sustentaban».

«Esos cambios de perspectiva sobre el mundo natural han sido tanto la causa como el efecto de la pérdida del respeto por nosotros mismos y de la preocupación por el entorno que nos vienen afectando. Tanto es así que se han perdido los valores en los que se basaba».

«Siempre supe que la cultura desempeñaba un papel fundamental para alcanzar los objetivos del Movimiento Cinturón Verde y para conseguir que la población hiciera un uso eficaz, responsable y sostenible de nuestros recursos naturales».

«Las tradiciones culturales de nuestros ancestros habían protegido el medio ambiente de Kenia. Antes de la llegada de los europeos, las gentes de Kenia miraban a los árboles y no veían madera, observaban a los elefantes y no veían una fuente de marfil, los guepardos eran animales y no una piel hermosa con la que comerciar. No obstante, con la colonización del país y la toma de contacto con los europeos –cuya tecnología, cosmovisión, religión y cultura nos eran del todo desconocidas–, cambiamos nuestros valores y nos pasamos a una economía de mercado, como la suya. A partir de entonces, todo adquirió un valor monetario según el cual, tal y como nos enseñaron, «si puedes venderlo, protegerlo es lo de menos». Por ese motivo, decidimos introducir la cuestión de la cultura en nuestros seminarios y nos planteamos si el subdesarrollo de África obedecía acaso a una falta generalizada de cultura».

«El trabajo tiene que consistir en asegurarse de que los interesados no vean la selva simplemente como un recurso a saquear».

«El interés primordial se halla en la economía y en el valor monetario, motivo por el cual los valores espirituales no se hallan presentes en las salas de juntas donde se toman las decisiones sobre la tala de las selvas del Congo. Y, sin estos valores, los recursos se contemplan como algo que hay que explotar para obtener beneficios, con mucho más valor muertos (como tablas para jacuzzis o suelos en los países desarrollados) que vivos, ofreciendo unos servicios literalmente inapreciables al ecosistema».

«A escala mundial, el voraz anhelo de más y más está teniendo unas consecuencias directas en nuestro entorno. Para controlar ese anhelo y decir “No más, ya hay suficiente”, se requiere una disciplina monumental. Y esto no sucederá a menos que esa disciplina esté relacionada con la toma de conciencia de que es esencial sanar la tierra. Las personas que tienen esta elevada consciencia ven el mundo desde la perspectiva correcta. Valoran el equilibrio y la armonía, y son capaces de trazar una línea por debajo de la cual o más allá de la cual jamás irían para satisfacer sus anhelos; y esas personas se encuentran entre aquellas cuyos logros admiramos y cuyos actos más nos inspiran».

«La pregunta de por qué los seres humanos insistimos en devastar aquello que nos mantiene con vida es, posiblemente, una pregunta sin respuesta».

«Junto con un cambio de consciencia, se necesita también un cambio de “perspectiva”. Tenemos que reflexionar más a fondo sobre nuestras responsabilidades con el planeta y entre nosotros, los seres humanos, y tenemos que desarrollar una vía para sanar todas esas heridas, abrazándonos a la creación en toda su diversidad, belleza y maravilla. Pero, para ello, tendremos que mirar de otro modo al planeta Tierra».

«Otra perspectiva que olvidamos con demasiada frecuencia es la de la visión prolongada en el tiempo».

«Las extensas visiones que nos han proporcionado los modernos instrumentos científicos y las disciplinas de la arqueología y la paleontología, a través de la perspectiva vertical del espacio o de la perspectiva horizontal del tiempo, no hacen otra cosa que maravillarnos y asombrarnos más ante la magnitud de la existencia creada, y ante la sobrecogedora responsabilidad que tenemos los seres humanos no solo por comprenderla, sino también por protegerla en la medida de nuestras posibilidades».

«Las escrituras sagradas de todo el mundo han intentado transmitir esta majestuosidad a través de sus mitos sobre el origen y sus filosofías».

«Los ancianos, los custodios de la sabiduría, o aquellos que han transmitido las tradiciones de sus pueblos a lo largo de los siglos, han podido legar también los conocimientos que se derivan de una visión de conjunto y de una visión a largo plazo. De hecho, ante la avalancha del materialismo científico, que ha barrido casi todo lo que en un principio “sabíamos” acerca del entorno y de nuestro lugar en él, quizás hayamos olvidado la majestuosidad originaria y el temor reverencial que sentíamos ante el mundo natural, así como el modo en que nuestros antepasados vivían en él. Sin embargo, los costes de la pérdida de esta perspectiva son demasiado evidentes».

«Lo que tenemos que hacer para sanar las heridas de la Tierra es encontrar el equilibrio entre las distintas perspectivas, entre el punto de vista vertical y el horizontal, entre la visión de conjunto y la visión de lo pequeño, entre los conocimientos basados en las medidas y los datos y los conocimientos extraídos de formas de sabiduría y de experiencia más antiguas. Así pues, teniendo en mente estos puntos de vista diferentes, llega el momento de reflexionar en profundidad cómo vamos a abordar el problema, empleando para ello los valores espirituales que podrían salvarnos y utilizando a los árboles como punto de inicio».

«Deberemos tener en cuenta que la economía convencional del uso de los recursos naturales (el hecho de que un árbol solo tenga valor por la cantidad de dinero que pueda reportar) no tiene en cuenta los otros muchos beneficios que los seres humanos obtenemos del mundo que nos rodea. De hecho, los científicos comienzan a comprender ahora el amplísimo rango de servicios –naturales, sociales, psicológicos, ecológicos y económicos– que nos prestan los bosques: el agua que purifican y retienen, los patrones climáticos que regulan, las medicinas que nos ofrecen, los alimentos que nos aportan, el suelo que enriquecen, el dióxido de carbono que atrapan, el oxígeno que emiten, las especies de flora y fauna que acogen, y los pueblos cuya mera existencia física depende de ellos».

«Hacemos lo que está bien no para complacer a los demás sino porque, siempre y cuando seamos honestos con nosotros mismos, descubrimos que es lo único lógico y razonable que podemos hacer, aunque estemos solos en el proyecto».

«Cada uno de nosotros debe concienciarse de la motivación de sus acciones y no sucumbir ante los demás. Si logras concienciarte, harás lo que crees que está bien, independientemente de la opinión general».

«Muchos hombres y mujeres seguimos tejiendo la ropa con la que vestir la tierra desnuda».

No Comments Yet!

Leave A Comment...Your data will be safe!