Audrey Hepburn

Nació el 4 de mayo de 1929 en Bruselas; fue hija de Ella van Heemstra, de ascendencia aristocrática, y de Joseph Antohny Ruston.

Sufrió los horrores de la II Guerra Mundial y el abandono de su padre, circunstancias que marcaría su carácter.

Audrey vio cumplida su vocación infantil, ser bailarina. Años después, su sueño se vería frustrado, decantándose por su verdadera vocación de actriz.

Con esfuerzo y perseverancia, se abrieron para ella las puertas de la fama con su interpretación en Vacaciones en Roma, por la que mereció el Óscar de la Academia de Hollywood. A partir de este momento, rodaría un total de veintiséis películas, logrando 5 nominaciones al Óscar.

En 1960 con el nacimiento de su primer hijo, fruto del matrimonio con su primer marido Mel Ferrer, vería cumplido su mayor sueño, ser madre.

Las duras circunstancias de su infancia marcaron su carácter melancólico. No obstante, Audrey emitía una luz especial, surgida de su natural encanto, elegancia, generosidad y sensibilidad para comprender el dolor ajeno.

Sus últimos años los dedicó a dar a conocer al mundo la labor de Unicef, tratando de despertar conciencias. Fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad y recibió la Medalla de la Libertad. En 1993, murió en su hogar suizo.

 


 

Audrey Hepburn nació el 4 de mayo de 1929 en Bruselas; era descendiente por línea materna del rey Eduardo III de Inglaterra y del consorte escocés James Hepburn, cuarto conde de Bothwell. Fue la hija única del inglés Joseph Victor Anthony Ruston y de su segunda esposa, la baronesa Ella van Heemstra, que era hija del exgobernador de la Guayana Holandesa (Surinam), el barón Aarnoud van Heemstra. El padre de la futura actriz añadió más adelante el apellido de su abuela materna, española, a la familia; y su apellido se convirtió en Hepburn-Ruston. Tenía dos hermanos de madre, fruto de un primer matrimonio : Arnoud Roberto Alexander y Edgar Bruce.

Pasó su infancia viajando debido al trabajo de su padre. Entre 1935 y 1938, Audrey comenzó sus estudios en una academia privada en Kent, Inglaterra.

En 1935 sus padres se divorciaron. Su padre, simpatizante nazi, abandonó a la familia. Ambos cónyuges eran miembros de la Unión Británica de Fascistas a mediados de los años treinta. Audrey se refirió después a este hecho como «el momento más traumático de su vida». No sería hasta mucho más adelante cuando consiguió localizar a su padre en Dublín, permaneciendo en contacto con él desde entonces y apoyándole financieramente hasta su muerte.

El comienzo de la Segunda Guerra Mundial la obligó a trasladarse con su familia a la casa de su abuelo en Arnhem, para eludir al ejército nazi. Para que sus orígenes ingleses no fueran evidentes, la madre de Audrey la llamaba Edda van Heemstra, como ella, y la obligó a hablar holandés. Audrey también aprendió a hablar con corrección inglés, francés, holandés e italiano, y se defendía con el alemán y el español.

Durante los siguientes seis años de estancia en Arnhem, Audrey asistió a clases de piano y ballet clásico, que fue su vocación infantil, convirtiéndose en poco tiempo en una de las bailarinas del ballet del conservatorio de Arnhem.

En 1944, bailaba secretamente, y la recaudación la donaba a la resistencia holandesa. Sobre esta época diría más adelante: «El mejor público que he tenido; no hacía ni un solo sonido al terminar mi actuación».

En sus años de juventud, Audrey vivió intensamente los horrores de la Segunda Guerra Mundial, primero en Bélgica y luego en Holanda. La guerra terminó pronto con su triste infancia. Esta etapa de su vida marcaría el resto de sus días.

Con el desembarco de las tropas aliadas en Normandía, las cosas en Holanda empeoraron. Los alemanes confiscaron los alimentos y combustibles de la población y la gente moría de hambre y frío en las calles. Muchos (también la familia de Audrey) hacían harina a partir de tulipanes, con lo que cocinaban galletas y tartas. Arnhem fue devastada durante el bombardeo aliado. Varios miembros de la familia fueron fusilados por pertenecer a la resistencia; y su propio hermano Ian fue capturado y estuvo en un campo de trabajo. El otro hermano, Alex, se perdió en los ataques de la resistencia.

Debido a estas condiciones, Audrey sufrió anemia y problemas respiratorios. Muchos años después, Audrey contaba: «Tengo recuerdos. Recuerdo estar en la estación de tren viendo cómo se llevaban a los judíos, y recuerdo en particular a un niño con sus padres, muy pálido, muy rubio, usando un abrigo que le quedaba muy grande, entrando en el tren. Yo era una niña observando a un niño».

Poco tiempo después leería el libro de Ana Frank y en seguida notó que había semejanzas entre ellas. «Tenía exactamente la misma edad que Ana Frank. Ambas teníamos diez años cuando empezó la guerra y quince cuando acabó. Un amigo me dio el libro de Ana en holandés en 1947. Lo leí y me destruyó. El libro tiene ese efecto sobre muchos lectores, pero yo no lo veía así, no solo como páginas impresas; era mi vida. No sabía lo que iba a leer. No he vuelto a ser la misma, me afectó profundamente (…). «Vimos fusilamientos. Vimos a hombres jóvenes ponerse contra la pared y ser tiroteados. Cerraban la calle y después la volvían a abrir y podías pasar por ese mismo lugar. Tengo marcado un lugar en el diario, en el cual Ana (Frank) dice que han fusilado a cinco rehenes. Ese fue el día en que fusilaron a mi tío. En las palabras de esa niña yo leía lo que aún sentía en mi interior. Esa niña que había vivido entre cuatro paredes había hecho un reportaje completo de todo lo que había vivido y sentido».

Hepburn comentó en una entrevista que, en cierta ocasión, enfermó por comerse un paquete entero de leche condensada. Estas experiencias contribuyeron a que Audrey estuviera al lado de UNICEF durante el resto de su vida.

Audrey pasaba muchos ratos de su niñez dibujando, y algunos de sus dibujos todavía se conservan.

Al finalizar la guerra, Audrey abandonó el conservatorio de Arnhem y se trasladó a Ámsterdam, donde recibió clases de ballet. Más tarde, se instaló en Londres y continuó su aprendizaje en la danza con la prestigiosa Marie Rambert, que apreció el talento de la joven. Por ello, le ofreció su propia casa y la asistencia a su escuela durante seis meses.

El hecho de que fuera relativamente alta (1,67 m), sumado a los estragos de la guerra, una extrema delgadez a causa de la malnutrición, no le permitirían tener un brillante futuro como primera bailarina. Pese a ello, Audrey quería sobresalir y se esforzó. De este modo, al hambre de la guerra se sumó la disciplina de la danza, lo que la volvió casi anoréxica.

Por otro lado, la situación económica de la familia Hepburn no le permitiría continuar con sus estudios, así que Audrey se planteó el empezar a actuar, ya que la profesión de actriz estaba mejor remunerada que la de bailarina. Su profesora, sin embargo, dijo después que Audrey podía haberse convertido en una bailarina excepcional.

Trayectoria profesional

 

«…Ser bailarina era mi único sueño infantil. El cine fue una sorpresa para mí… y aún lo es…» (*).

 

 

Sus veintiséis películas son el más claro exponente de su trayectoria profesional. En los inicios, durante cuatro años, solo logró conseguir pequeños papeles, sin que por ello perdiera la esperanza.

Tras finalizar la guerra, un día Audrey se presentó en el estudio de Charles Huguenot van der Linden, que estaba preparando un documental titulado Nederlands in zeben lessen (Holanda en siete lecciones). Al ver a Edda, le pareció la muchacha ideal para hacer el papel de azafata. Ella tenía dieciocho años y aceptó el papel con gran ilusión. Fue su debut cinematográfico.

En 1948, durante su estancia en Londres, Edda decide cambiar su nombre por otro más artístico: Audrey Hepburn, haciendo algunos trabajos como modelo. Gracias a esto, su rostro empezó a ser conocido y los modistos se interesaron por ella.

Superó un casting entre tres mil aspirantes para formar parte de un espectáculo musical para Broadway, el musical High Button Shoes, con veintiocho representaciones por semana. El empresario Cecil Landeau asistió a una de esas representaciones… y quedaría prendado de los grandes ojos y la permanente sonrisa de Audrey. Un mes después, le ofreció un papel en su musical Sauce Tartare. La obra se estrenó el 18 de mayo de 1949 en el Teatro Cambridge. Fue un rotundo fracaso… y para Audrey supuso el regreso a la escuela de baile.

 

Sin embargo, ya se había despertado en ella su verdadera vocación, la de actriz. Estudió y trabajó muy duro para convertirse en una buena actriz y tuvo la fortuna de caer en manos de un cazatalentos, Robert Lennard.

No obstante y pese a ello, aún seguían dándole pequeños papeles; en One Wild Oat, solo dos breves escenas en las que interpretó a la recepcionista de un hotel. La película siguiente, Young Wives’ Tale, de Henry Cass, era una comedia. Para Audrey, lo mejor de esta película fue que conoció a su primer gran amor, James Hanson, con quien incluso hizo planes de boda.

En 1950 hizo otra breve aparición en la película de Charles Crichton Oro en barras. Un corto papel, que consistía en acercarse al protagonista en la sala de espera de un aeropuerto, ofrecerle un paquete de cigarrillos y darle un abrazo amistoso. Este sería considerado por muchos como su auténtico debut cinematográfico.

Sería en su siguiente película, The Secret People, donde Audrey conseguiría un papel más importante y en la que pudo aprovechar sus conocimientos de danza, interpretando a una estudiante de ballet. Este fue su último trabajo en Inglaterra.

En Montecarlo rodó Americano en Montecarlo, de Jean Boyer. Otro corto papel que, sin embargo, le dio el empujón definitivo, tras el cual sería contratada para interpretar el papel principal en la obra teatral Gigi en Broadway. Ello supuso su lanzamiento mundial, con un éxito incuestionable y el inicio de una carrera que la llevó a lo más alto y le proporcionó experiencias inolvidables, tanto en el terreno profesional como personal.

Más tarde rodaría Vacaciones en Roma, de William Wyler, con Gregory Peck… Audrey se convertiría en el descubrimiento más reciente de Hollywood. De este modo, se abrieron para ella las puertas de la fama y una nueva etapa en su vida. Su interpretación mereció el Óscar de la Academia de Hollywood a la mejor actriz, el premio de la crítica neoyorquina y la medalla de oro de la revista Picturegoer, que la calificó como «la chica que había demostrado que las verdaderas estrellas estaban aún por descubrir».

En su vida personal, tras la ruptura con James Hanson, apareció el que se convertiría en su primer marido y padre de su primer hijo: el actor Mel Ferrer. Así vería cumplida su prioridad en la vida, por encima incluso de su carrera profesional, el ser madre.

La Paramount le ofreció una nueva película que confirmaría su talento, Sabrina, siendo nominada para el Óscar a la mejor actriz. El amplísimo vestuario que Audrey lució en esta película fue diseñado en exclusiva por el célebre modisto Hubert de Givenchy. A partir de ese momento, Audrey le elegiría como modisto personal, y llegaría a ser un gran amigo y confidente.

Uno de los mayores éxitos de su carrera fue su papel en la obra de teatro Ondine, en la que compartió escenario con Mel Ferrer. También serían coprotagonistas en la adaptación cinematográfica de Guerra y paz, dirigida por King Vidor, que llevó a la actriz a uno de sus trabajos más maduros y alejados de su tradicional imagen.

Una cara con ángel recuerda, sin duda, al clásico cuento de La Cenicienta. Una buena película que los críticos especializados han definido como uno de los musicales más completos de los años cincuenta.

Otro título a destacar fue Ariane, no muy apreciada en su momento, pero considerada actualmente un clásico y un título importante en la carrera de Audrey Hepburn.

Hasta entonces se la había encasillado en papeles que descubrían a la eterna adolescente enamorada; pero en su siguiente película, Historia de una monja, representó un personaje profundo y complicado. La película fue un gran éxito y la crítica aseguró que se trataba del papel más difícil de la carrera de la actriz, que consiguió su tercera nominación al Óscar a la mejor actriz.

En 1960, tras el nacimiento de su primer hijo, Sean, la actriz regresa a Hollywood para rodar Desayuno con diamantes. De nuevo es nominada para el Óscar, por cuarta vez.

En otra brillante película, Charada, junto a Cary Grant, obtiene un éxito clamoroso y la consideración por parte de la crítica como una de las parejas míticas del cine norteamericano.

Pero el personaje más popular de Audrey llega en 1964, con el papel protagonista de My Fair Lady. Para esta adaptación cinematográfica, basada en el musical de Broadway Pygmalion, Jack L. Warner eligió a Audrey para el papel protagonista, a pesar del gran éxito que Julie Andrews había cosechado en el teatro. Según sus palabras, no había nada extraño en su elección, sabía que el público prefería a Audrey.

Pero para ella, el rodaje se hizo especialmente duro; no solo no se le permitió interpretar las canciones con su propia voz, sino que además, la prensa no cesó de compararla con Julie Andrews.

Al terminar el rodaje de My Fair Lady, la actriz empezó a temer por la continuidad de su matrimonio. A esos problemas se añadió la desilusión por no conseguir el Óscar, mientras que la película lograba nada menos que siete estatuillas.

Dos en la carretera será una de sus interpretaciones más completas. Fue un éxito y obtuvo la Concha de Oro del Festival de San Sebastián; sin embargo, la vida personal de Audrey se tambaleaba. Después de interpretar el duro papel de esposa aburrida y decepcionada, no quiso que su imagen fuera explotada con más personajes cándidos y románticos.

Aceptó, tal vez, el papel más difícil y amargo de su carrera, el de mujer ciega en Sola en la oscuridad. Se preparó concienzudamente, llevando los ojos tapados durante largo tiempo y anotando lo que ciegos de nacimiento le contaban sobre cómo calcular las distancias y conocer el lugar de los objetos. Su interpretación mereció otra nominación al Óscar, la quinta.

Tras esta experiencia, Audrey se retiró durante ocho años de la pantalla. Su definitiva separación de Mel Ferrer y el posterior matrimonio con Andrea Dotti marcaron una nueva etapa para ella, donde la familia fue su prioridad.

No obstante, en 1976, aceptó un papel tentador sobre algo que siempre le había fascinado, la leyenda de Robin Hood. La película se titulaba Robin y Marian. El apoyo de sus dos hijos, Sean y Luca, fue decisivo para ella. Su interpretación fue alabada y dejó patente su capacidad de volver a entusiasmar al público.

Rodará dos películas más, Lazos de sangre y Todos rieron, antes de despedirse otra vez del cine y de romper su matrimonio con Andrea Dotti. Ambos acontecimientos se precipitaron al conocer al que sería su tercer esposo, el actor Robert Wolders. De nuevo estaba enamorada y se retiró durante casi diez años de la gran pantalla.

En 1989 acepta un papel secundario para Steven Spielberg en la película Always, para siempre, en la que representaba a un ángel. Este será ya el definitivo final de su carrera cinematográfica.

Audrey trató siempre de aportar verdad a su trabajo, dando credibilidad a sus personajes. Ponía el alma en cada interpretación, lo que le valió el sincero y merecido reconocimiento profesional y personal.

 

AUDREY HEPBURN, EMBAJADORA DE UNICEF

Audrey Hepburn dedicó los últimos años de su vida a promocionar intensamente la labor que Unicef realizaba con sectores desfavorecidos.

En 1944 tuvo su primer encuentro con el fondo de ayuda a la infancia de la ONU. «Sé perfectamente lo que UNICEF puede significar para los niños, porque yo estuve entre los que recibieron alimentos y ayuda médica de emergencia al final de la Segunda Guerra Mundial», afirmó Audrey Hepburn en su nombramiento como Embajadora de Buena Voluntad, en 1989. «Tengo una enorme gratitud hacia UNICEF y una confianza sin límites en lo que realiza».

La fuerza emocional que la impulsaba a ayudar a los más necesitados le venía de las tremendas experiencias vividas en su niñez. Una infancia impregnada de muertes, fusilamientos, hambrunas, frío, etc. Sus ojos infantiles observaron las mayores atrocidades. Un constante temor recorría su cuerpo, miedo a ser encerrada por el mero hecho de caminar por las calles.

Así, la marcha de su padre y los años de guerra tuvieron mucho que ver con ese carácter melancólico que la acompañaba. Fue una persona muy marcada por esas duras experiencias, todo le producía una gran emoción. Audrey tenía una humanidad sobrecogedora, sentía profundamente el dolor por la desgracia ajena. En ninguna otra película como en Historia de una monja, se ve plasmada tan fielmente cómo era Audrey, su propia vida, su personalidad, sus deseos no cumplidos, su crisis de fe, de angustia y miedo.

Le gustaba la sencillez sin ostentaciones ni joyas, jamás fue vanidosa, evitaba el glamur y las eternas fiestas de Hollywood, estaba agradecida a la vida por todo lo que le había dado, y por eso la adoraban.

Esta mujer es un ejemplo extraordinario que, más allá del tiempo y de las circunstancias, ha demostrado un valor incalculable, una gran entereza y una capacidad para destacar y ocupar páginas importantes en su momento.

Su natural encanto, elegancia, inteligencia y sensibilidad surgían de una gran belleza interior, que la hacían destacar sin esfuerzo alguno. Emitía una luz muy especial. Su presencia tenía un gran poder de seducción; incluso Billy Wilder afirmaba: «Dios le ha besado en la mejilla».

Tras su nombramiento como Embajadora de Unicef, Hepburn viajó en misión a Etiopía, país en el que años de sequía y guerra civil habían provocado una terrible hambruna. Muy sensibilizada tras comprobar las actuaciones de emergencia de UNICEF, las dio a conocer en Estados Unidos, Canadá y Europa durante un viaje de varias semanas en el que concedió hasta quince entrevistas por día.

En los años siguientes, siguió trabajando incansable, viajando a diferentes países, participando en diversos proyectos y actuaciones: un proyecto de vacunación en Turquía, programas de formación de mujeres en Venezuela, proyectos para niños de la calle en Ecuador, proyectos de suministro de agua potable en Guatemala y Honduras, y proyectos de enseñanza del uso de la radio en El Salvador. Visitó también escuelas en Bangladesh, proyectos para niños desasistidos en Tailandia, proyectos de nutrición en Vietnam y campamentos de niños desplazados en Sudán.

Además de sus visitas sobre el terreno, colaboró incansablemente dando testimonio directo sobre la situación de dichos países, tratando de despertar conciencias y promoviendo la recaudación de fondos. Dio testimonio ante el Congreso de los Estados Unidos, formó parte de la Cumbre Mundial de la Infancia, participó en el lanzamiento de informes anuales «Estado Mundial de la Infancia», fue anfitriona de las ceremonias de entrega de los premios Danny Kaye International Children’s Award, diseñó tarjetas de recaudación de fondos, participó en giras musicales benéficas y dio innumerables conferencias y entrevistas.

En diciembre de 1992, recibió la principal condecoración civil de los Estados Unidos, que otorga su presidente, la Medalla de la Libertad. Ese mismo año, enferma ya de cáncer, continuó sus trabajos y viajó a Somalia, Kenya, Reino Unido, Suiza, Francia y Estados Unidos.

«Audrey sabía mejor que nadie que la recompensa por ese trabajo está en la mirada de los que necesitan nuestra ayuda», escribió sir Peter Ustinov en The European. «Son ellos quienes nos hacen ver que, por modesta que sea, esta tarea vale la pena».

Audrey Hepburn murió en su hogar suizo el 20 de enero de 1993.

 

BIBLIOGRAFÍA

(*) Cristina Yuste, Audrey Hepburn en el recuerdo, 2005, Ediciones Folio S.A.

(*) Wikipedia.

(*) Tamara Andrés -22/07/2014 La infancia desconocida de Audrey Hepburn.

(*) Analía Abriles Paz.

(*) Revista Vanitatis: Entrevista con su hijo Sean Ferrer.

(*) Organización Unicef.

(*) El alma de la mujer. Delia Steinberg Guzmán.

 

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