Victoria Subirana

Victoria Subirana nació en Ripoll en 1959.

Viajó a Nepal, donde descubrió las carencias materiales y sanitarias de los niños en las aulas, y se propuso dejar su trabajo como maestra en España para fundar allí escuelas gratuitas para los niños más pobres.

Llegó a un acuerdo con el director de la escuela de refugiados tibetanos más grande del país, quien permitió que regentara el parvulario, y pronto se extendió la noticia de que había una escuela donde se aprendía a leer sin castigos y fácilmente.

Para que no la expulsaran del país, se casó por conveniencia con un guía turístico llamado Kami Sherpa, del que después se enamoró, aunque el matrimonio fracasaría más tarde.

Después de los buenos resultados de su escuela, al ministro de Educación le pareció adecuado que ese método se extendiese a otras escuelas.

Buscó un sistema de apadrinamiento para financiar sus escuelas, y su proyecto repercutió en los medios de comunicación europeos, consiguiendo ayuda.

Inaugura en Nepal su escuela, llamada Daleki, en 1994, con noventa niños. Funda una Escuela de Magisterio en 1999, y en el año 2000 la Escuela Catalunya. En 2005 registra su método educativo con el nombre de Pedagogía Transformadora.

 


 

Victoria Subirana nació en Ripoll el 29 de octubre de 1959. Sus abuelos maternos pertenecían a una familia de clase media de Almería. Durante la guerra civil lo perdieron todo, por lo que decidieron probar suerte en Cataluña, estableciéndose en Ripoll. Solos y sin dinero, gracias a un alma caritativa pudieron refugiarse en un establo, donde permanecieron por algún tiempo en condiciones lamentables. Así, la abuela María, mujer tremendamente fuerte y positiva, decidió luchar antes que dejarse morir. Su vida fue, pues, lucha y esfuerzo parar sacar adelante a su familia.

Isabel, la madre de Victoria, solo contaba entonces tres años. Al convertirse en una joven, se casó con Amador Subirana. En aquella casa las cosas iban regular; en ocasiones, mal… o muy mal.

Victoria, desde niña, trabajaba los fines de semana en la peluquería de Pepi: «Así te harás una mujer», le decía su madre; pero ella se preguntaba para qué quiere una niña hacerse una mujer. En realidad, solo deseaba ser como las niñas que podían jugar.

La primera oportunidad de «viajar» se la ofrecieron sus padrinos, Macrina y Miquelet, cuando contaba catorce años, al poner en sus manos el libro de Lobsang Rampa El tercer ojo.

Sin duda, en el hogar de sus padrinos encontró un ambiente diferente al que la rodeaba. Allí encontró interés por los libros, por el conocimiento y la sensibilidad, además de confianza en sus posibilidades.

A los quince años abandonó el instituto, sin perspectivas de futuro, sin trabajo y asumiendo su fracaso, con la única posibilidad de la fábrica textil, donde trabajaban su abuela, su madre y la mayoría de las mujeres de Ripoll.

Los libros de Macrina le decían que había lugares y gentes distintos. Imaginaba que algún día le sería posible abandonar aquel círculo que la oprimía. Así que a los diecisiete años, harta ya de ese ambiente que la asfixiaba, abandonó la fábrica y volvió a los pupitres. Hizo un curso de Puericultura, y luego, Educación Infantil de Formación Profesional, al tiempo que trabajaba en el jardín de infancia Daina. Pero su formación no le parecía suficiente, por lo que decidió ingresar en la mejor Facultad de Ciencias para la Educación, en la Universidad de Vic. Fueron tiempos duros para ella, no solo por tener que estudiar y trabajar a la vez, sino también porque en su entorno no la perdonaban que hubiera roto con lo que habían previsto para ella. No ser como los demás en un pueblo resultaba bastante complicado.

Una de sus amigas, Roser Sebastián, mujer elegante, distinguida y muy inteligente, siempre la defendió frente a las críticas y le demostró que tenía derecho a escoger su propio destino.

Y su destino estaba en aquellos libros leídos en su adolescencia. Su destino era el Tíbet. Nunca entendió la fuerza de esa idea que le parecía una locura pero que cada vez era más fuerte y no lograba dominar.

No cesaba de interesarse por todos los detalles relativos al Tíbet. Llegó a pensar que debía de estar loca, y por eso esa obsesión que ella misma iba alimentando sin remedio. La idea de viajar sola a Oriente era un síntoma de su locura, por lo menos para su entorno. Tuvo que soportar toda clase de reproches y duras críticas, pero no pudo evitar el decidir, en secreto, el viaje deseado durante nueve años.

Una compañera suya del parvulario le habló de Ramón Prats, un estudioso de la cultura tibetana, que daba clases en la Universidad de Nápoles, pero que estaba de vacaciones en Camprodón.

Le buscó y su amistad con la familia Prats se consolidó. En esos encuentros surgieron conversaciones sobre orientalismo en el más profundo, más culto y más noble sentido que jamás pudo soñar.

Ramón Prats fue quien influyó sobre ella para cambiar su destino hacia Nepal. Con la ayuda de su amigo, ultimó todos los detalles.

Por fin, el viaje. Sus primeras vivencias se las cuenta en una carta a Ramón Prats: «Casi sin darme cuenta, me vi rodeada de gente extranjera en el aeropuerto de Delhi. Pensé que me iban a comer viva.

(…) Cuando llegué a Katmandú, la angustia sobrepasaba los límites de mis fuerzas. Nunca antes había visto tanta miseria junta.

(…) Cuando a la mañana siguiente me encontré frente a la gran estupa, y vi a los tibetanos dando vueltas en rededor hacia un camino sin destino, sentí que, por encima de la miseria, se respiraba una paz sin límites; nunca antes me había sentido mejor.

(…) Me paso horas en la gran estupa, mirando a los tibetanos, cómo rezan y cómo viven. He conocido a Rigga, un monje que me está explicando cosas sobre sus vidas. Soy feliz aquí».

Quiso el destino que conociese a Rajesh Shrestha, que le propuso alquilarle un miniapartamento que sería económico; así conoció a sus padres, Mummy y Father, que la instalaron y trataron siempre como a una hija.

En un paseo con Mummy, vieron a un grupo de niños con uniforme. Los siguieron y Victoria quedó impresionada con lo que vio. El edificio escolar carecía de material escolar, no tenían cristales las ventanas y el mal olor lo inundaba todo. Esto la llevó a investigar sobre la educación en Nepal. Nada era muy distinto de lo que había visto, fuese estatal, privado o internados.

Para poder tener una idea más profunda sobre los métodos empleados, se ofreció gratuitamente como educadora en uno de estos centros. Empezó a construir material del método Montessori para los niños, a petición de sus compañeros.

Pero pronto llegaría el día de su regreso. Unos días antes tuvo un pensamiento tan obsesivo que la enloquecía: «Al regresar a España, dejaría su trabajo como maestra y regresaría a Nepal para montar escuelas gratuitas para los niños más pobres del país». Un día, sin poderlo callar más, se lo dijo a Mummy. Ella la miró emocionada y le dijo: «Te esperaré».

En España, la nostalgia la invadía; pensaba y hablaba continuamente de Nepal. Así que durante los primeros cinco meses lo pasó muy mal. Rompió con su pareja, y notaba que su vida pasada ya no tenía sentido. Pero, sin duda, todo este desgarro le sirvió como reflexión que la llevaría a conocerse mejor y a saber cuál tendría que ser su función en la vida. Por un lado, aún se aferraba a todo lo que había logrado con tanto sacrificio, pero por otro, no lograba acallar aquella voz interior. Tenía que continuar haciendo frente a las demandas de la vida, aun sabiendo que no siempre sería fácil.

Finalizadas las vacaciones de Semana Santa, hizo público su deseo de volver a Nepal. Quería analizar la posibilidad de llevar a cabo su proyecto. De creerlo posible, avisaría a la directora de su colegio para darse de baja. Volvería a Cataluña y estaría un año preparando su proyecto y aumentando sus conocimientos sobre Nepal.

En su libro Una maestra en Katmandú, Victoria señala varios pensamientos interesantes:

«Aprendí a observar con codicia mis pensamientos y las repercusiones que tenían sobre mi estado de ánimo».

«Me daba cuenta de que los temas banales me producían sufrimiento, emociones negativas y una indescifrable sensación de vacuidad en el alma. Sin embargo, los pensamientos y conversaciones positivas actuaban como un sedante para mi mente».

«Me percaté de que yo era capaz de diseñar mi propia vida. (…) El descubrimiento de que nosotros somos los arquitectos de nuestro futuro, de que nadie tiene la culpa de lo que nos pasa, cambió por completo mi manera de actuar. Me di cuenta de que el uso de mi energía no solo influía en mi felicidad y en mi desgracia, sino que, automáticamente, afectaba a todos los seres vivos a mi alrededor. (…) Mi proyecto de vida tendría que repercutir en el bienestar de todo lo creado en el universo».

«He llegado a estos conceptos como consecuencia de haber indagado en la naturaleza de mi ser, en busca de mi propia felicidad».

«Solo hay un camino para aliviar el sufrimiento del ser humano: la práctica del amor desinteresado por todos los que nos rodean».

Después de conocer estos pensamientos que empezaron a regir su vida, nos daremos cuenta de cómo pudo soportar todo el dolor y las contrariedades que padeció por su maravillosa entrega a los niños más desfavorecidos de Nepal.

Antes de viajar otra vez a aquel país, se instaló por unos meses en Barcelona, en casa de su hermana. Allí, un nepalí, casado con una española, Ram Shrestha, le enseñó lo más elemental de la lengua nepalí.

Unos días antes de su marcha a Nepal, sus amigos organizaron una fiesta de despedida. Esta reunión fue muy emotiva para ella, pues sería, de alguna manera, su adiós a toda su vida pasada.

En Nepal, otra vez se instaló en la casa de Mummy. El matrimonio, ya sin ningún hijo en casa, se volcó en Victoria como si de su propia hija se tratase. Mummy le administraba el dinero, y deseaba inculcarle el comportamiento de la mujer de Nepal.

Lo primero era legalizar su situación en el país, así que se matriculó en la Universidad de Lenguas para perfeccionar el nepalí y conseguir un visado de estudiante.

Desde entonces empezó a centrarse en la idea de cómo podía dar forma a su proyecto. Lo imaginaba, lo soñaba repetidamente, incluso podía imaginar las caritas de los niños. Pero… ¿quién lo financiaría?, ¿dónde?, todo era incierto, menos que este proyecto marcaría una diferencia en la vida nepalí.

Este entusiasmo pronto lo vivió como una pesadilla, pues se vio sumergida en un engranaje burocrático totalmente inaceptable para ella. El primer día empezó por informarse de los pasos que debía seguir en el Ministerio de Educación. En la primera ventanilla tuvo que esperar tres horas, y cuando por fin fue atendida, le dijeron que estaba confundida y que debería ir a otra ventanilla, en la cual aguardaría otras tres horas.

Cuando se fue a casa, estaba desesperada. No podía entenderlo, pero Father le informó que no estaba en América y que, en Nepal, sin propina nadie la informaría. Sin hacer caso de algo tan absurdo para ella, al día siguiente se presentó en el Ministerio dispuesta a hacer valer sus derechos sin apoyar la corrupción.

Pero durante una semana estuvo de ventanilla en ventanilla sin lograr información. Cuando llegaba a casa, estaba cansada y sin comprender tanta inmoralidad. Derrotada, decidió reconocer su fracaso y pedir ayuda a Father. Comprobó que, acompañada por un hombre y con propinas, todo era más fácil. Era evidente que tenía que asumir las costumbres nepalesas si quería vivir allí.

En el primer día de su salida, se encontraron con Mr. Joshi, conocido de Father y que era inspector de enseñanza. Victoria le puso al tanto de su proyecto, que le entusiasmó, y prometió llamarlos. Además, consiguieron toda la información necesaria para abrir una escuela. Se requería un depósito de cincuenta mil rupias e información sobre los detalles del colegio y el propietario.

A los pocos días, Mr. Joshi se presentó en casa del matrimonio para hacer una oferta a Victoria. Se trataba de que se aliara sin fines lucrativos con el director de alguna escuela, y que, así, la dejara regentar el parvulario. Una semana después conoció a Mr. Pemba Lama, director de la escuela de refugiados tibetanos más grande del país, que llegó a un acuerdo con Father, y les prometió llamarlos a su regreso de la India.

Después de tres semanas, los citó en su casa, que estaba situada en el mismo recinto del colegio. La noche anterior, entre Father y Mummy le hicieron todas las recomendaciones precisas para la entrevista: no hablar si no se le preguntaba, mostrarse sumisa y recatada. Estaban deseosos de que se comportara como una nepalí, siempre protegiéndola como a una hija.

«No mires a los ojos, ni gesticules, ni hagas preguntas innecesarias» (le recordaba con empeño Mummy). Así, las dos pasaron la noche sin poder dormir, charlando del nuevo proyecto, que Mummy ya consideraba también suyo.

Se dirigieron al colegio y permanecieron todo el día allí, pero Victoria fue fiel a lo acordado. Comenta en su libro: «Nunca había permanecido tanto tiempo callada, en un tema en que era yo la protagonista».

Después de comer, hicieron un resumen de lo acordado. Tendría un contrato como directora del parvulario, dentro del centro, con un sueldo de seis mil rupias y un visado de trabajo; también le darían el material necesario para un parvulario de calidad.

Tenían cuatro meses antes de comenzar las clases para lograr todo el material, que se ofreció a preparar la propia Victoria.

Gracias a la ayuda de Mummy y de las vecinas, en pocas semanas el parvulario quedó preparado con el material más innovador, no teniendo nada que envidiar a un parvulario europeo. Mr. Pemba se quedó impresionado cuando lo visitó.

Pronto se extendió por el barrio la noticia de que la hija blanca de los Shrestha había equipado una escuela teniendo como protectora a la diosa Montessori, que trasmitía sus poderes, y que allí se aprendía a leer sin castigos y fácilmente, solo con tocar las letras rugosas.

Por fin, el primer día de clase. Cuando entró, vio que habían entrado en el aula por la noche y todo estaba sucio y revuelto. Desesperada, lo limpió ella misma. A la hora de entrar los niños, todo estaba limpio y ordenado. Entraron y se organizó un campo de batalla, los niños gritaban tirando todo; a continuación entraron todas las madres y todo empeoró. Un desastre.

El segundo día de clase, les explicaron dónde estaban los retretes y su uso. Cada día surgía un problema nuevo. Estuvo a punto de abandonar y establecerse por su cuenta, pero los buenos consejos de Mummy la hicieron apaciguarse.

Consiguió que algunos amigos de España le mandasen dinero para becar a algunos niños. Había problemas que para un europeo eran muy difíciles de asimilar. Por ejemplo, Victoria logró dinero para becar a un niño que estaba en la calle pidiendo. Su propia madre se negó a que su hijo saliese de la calle, posiblemente era el único medio de sustento. Otras venían gritando porque se les aseaba, y otras por echarles productos para los piojos. Tuvo que dedicarse a visitar casa por casa y al fin consiguió que un grupo de madres la ayudaran.

En el internado del colegio, el comedor estaba lleno de excremento de ratas. Se dio cuenta de que la gente creía que eso era lo más natural.

A finales de agosto recibió un aviso para que se presentara en el departamento de inmigración. Mr. Pemba y Victoria asistieron a la cita. Los hicieron esperar tres horas en los banquillos de la entrada. El funcionario le entregó una carta a Mr. Pemba. Era la denegación de su permiso de trabajo y una denuncia por estar trabajando sin los papeles en regla.

Mr. Pemba le desveló las entrañas de la cuestión: hacían falta 6000 euros para que hiciesen la vista gorda de la denuncia y le dieran un visado por un año.

A los diez días, los dirigentes de la comunidad sherpa y tibetana, ofrecieron una solución. Se convocó una reunión a la que acudieron Father, Mr. Pemba y Victoria, junto a otros diez hombres.

Comenzaron un debate en varias lenguas y, al final, Father dijo: «Ustedes buscarán un buen marido a Victoria y así obtendrá los papeles para quedarse en el país. Yo me encargo de la boda».

A sus protestas, Father le contestó que en el Nepal los padres buscan pareja para sus hijos. Estaba claro, o se casaba o tendría que irse. Por fin, Victoria decidió que había venido a Nepal para crear una escuela; esa era su misión y su objetivo principal, todo lo demás era secundario. Decidió jugárselo todo a una carta; se casaría con un desconocido y obtendría su permiso de residencia.

Faltaban tres días para terminar el plazo de residencia de Victoria, y estaba «compuesta y sin novio». Un abogado le recomendó pedir los documentos a España para casarse y esconderse durante una temporada hasta que encontrase un marido. Luego comenzó la selección de marido.

Descartó a varios pretendientes de buena familia, lo cual no agradó a Father, y sopesó la posibilidad de un candidato llamado Kami Sherpa. Desde el primer momento Kami le pareció un hombre honrado, con buenas cualidades; era un hombre de montaña. y guía turístico.

Sus padres adoptivos continuaban muy disgustados por esta decisión, así que cuando Kami la llamó para que se vieran, no les dijo nada y acudió a la cita.

Kami le comunicó que había decidido ayudarla, ya que le parecía admirable la labor que estaba haciendo por los niños, que le recordaban a él mismo. Victoria aseguró que el matrimonio sería de conveniencia y una vez conseguidos los papeles se divorciarían, pero tendrían que casarse al día siguiente. Sin embargo, eso era imposible para Kami, por dos razones: al día siguiente tenía un grupo para hacer una ruta, y además octubre era mal mes para casarse. Victoria se puso nerviosa, pero Kami le prometió que al volver del viaje de se casarían. Mientras tanto, se tuvo que esconder en casa de unos señores latinos, amigos de Mr. Pemba.

Una vez que Kami volvió del viaje, la llamó y al día siguiente fueron al Ayuntamiento para casarse. Aún faltaba un mes para que oficialmente tuvieran todos los papeles, pero ya estaba casada y no tendría que esconderse. Kami la invitó a cenar esa noche, cosa que le hizo mucha ilusión, pues en Nepal no lo había hecho nunca, ya que no era propio de una mujer soltera. A la mañana siguiente volvió a la escuela.

Mr. Pemba tenía preparada una fiesta sorpresa. Luego la comunicó que tendría que trasladarse a un apartamento en la escuela, y también Kami, hasta que se pudiesen divorciar. Sin duda, los inspectores de policía investigarían, y había que dar el mayor aspecto de normalidad. Se tuvo que despedir de sus padres adoptivos; para todos fue muy doloroso.

Como estaba viviendo en el recinto escolar, empezó a trabajar frenéticamente, incorporando cada día alguna novedad. La fama del parvulario fue en aumento. Casi todos los días venían a visitarlo de otras escuelas, incluso inspectores de enseñanza. Quedaban admirados, pues los niños del parvulario tenían conocimientos similares a los alumnos mucho mayores de otros colegios. Por fin, al ministro de Educación le pareció adecuado que ese método se extendiese a otras escuelas. Eso superaba con mucho todo lo que Victoria había podido imaginar.

A nivel personal, poco a poco Victoria y Kami terminaron por enamorarse, a pesar de sus diferencias.

Después de dieciocho meses en Nepal, Victoria se fue a España en diciembre, para pasar las Navidades,pero el ritmo frenético de España la aturdía y echaba mucho de menos a Kami.

Después de regresar, Kami le dijo que la llevaría de luna de miel a su pueblo, en el Everest. El viaje fue duro, terminó cansada y desesperada. Pero acabó por pasarlo bien, gracias a la bondad y amabilidad de aquellas gentes.

De repente, el deseo tener un hijo comenzó a hacerse presente. Kami pasaba mucho tiempo fuera en sus viajes. Por fin, su deseo de quedar embarazada se convirtió en realidad.

Fue un embarazo difícil, y tuvo que estar en reposo por riesgo de aborto. A los cinco meses pudo volver a su trabajo. Para entonces formaba parte de la organización americana Hands in Outreach, como supervisora. Esta organización patrocinaba la educación de unos cincuenta niños en distintas escuelas del país. Terminó por denunciar los malos tratos que aún sufrían algunos niños en las escuelas. Dos marines americanos se presentaron para hacer una investigación, y los malos tratos cesaron.

Después de los continuos problemas de su embarazo, un médico occidental le aconsejó que marchase a España. Kami y ella respiraron aliviados, no sabían de dónde sacarían el dinero, pero tenían que arriesgarse por el bien de su hijo.

Se despidió de los niños y de sus ayudantes. Recordó una frase de Séneca, y se la dejó escrita: «Ha de verse si esos profesores enseñan o no la virtud; si no la enseñan, tampoco la comunican; y si la enseñan son filósofos».

Ya estaba preparada para irse de Nepal. Habían sido tres años de intensa lucha, de fracasos y logros, de infelicidades y dichas.

A finales de febrero de 1993, el matrimonio aterrizó en el aeropuerto de Barcelona. Su primer deseo fue ir a ver el mar.

Pronto, Victoria, su hermana Inma y Kami empezaron a trabajar en un proyecto para crear una escuela en Nepal para los niños más desprotegidos, que tendría que ser de la máxima calidad, en todos los sentidos. Los estudiantes de esta escuela, al término de sus estudios, tendrían que estar preparados social y académicamente para que en el futuro pudieran ser los mejores médicos, ingenieros, carpinteros, etc., siempre respetando sus tradiciones. Los maestros deberían ser gente muy bien formada que quisieran ir a Nepal como voluntarios, y allí formar a otros nepaleses.

Haría falta alquilar una casa que reuniera condiciones para una escuela de calidad, y unos apartamentos para albergar a los maestros, a los que no se les pagaría salario ni billete de avión.

Se decidió el sistema de apadrinamiento para la financiación. Tenían que conseguir ochenta padrinos dispuestos a pagar 25.000 pesetas al año. Por el sistema de boca a oído, consiguieron veinte padrinos, pero no era suficiente ni para empezar.

Los organismos oficiales y las ONG no prestaron ninguna ayuda. Entonces se dedicaron a visitar empresas importantes para solicitar colaboración. Algunos les ayudaron con cosas materiales que necesitaban.

El siguiente paso fue pedir información en la UNESCO y en Educación Sin Fronteras, cuya ayuda resultó decisiva, y que les aconsejaron constituirse como ONG. Así que prepararon todo para entregarlo una vez que Victoria diese a luz.

Con el nacimiento de su hijo, Lobsang Dhundup Sherpa Subirana, Victoria y Kami se sintieron plenamente felices y llenos de energía y entusiasmo para seguir el proyecto empezado. Consiguieron artículos en periódicos y revistas locales, y cuando se publicó uno de ellos El País, consiguieron sesenta y cinco padrinos más. Luego, se sumaron más artículos, radio y televisión. Rafaela Carrá les organizó un programa benéfico.

Regresaron a Katmandú el 15 de noviembre de 1993. Encontraron una hermosa casa de tres pisos con un bonito jardín. Mientras la acondicionaban para la escuela, vivieron allí. El trabajo fue muy duro y costoso, por la cantidad de sobornos a los que no había más remedio que acceder si querían abrir la escuela en un plazo relativamente corto.

La escuela se inauguró el 24 de marzo de 1994 con el nombre de Daleki Primary School. Había noventa niños escolarizados.

Daleki, con sus altas miras, se convertió en una escuela transformadora. Para ello se tuvieron que hacer responsables de diferentes áreas, y así cubrir todas las necesidades de los alumnos.

Mientras la fama de la escuela iba en aumento y Victoria era nombrada asesora de la escuela real, los problemas económicos crecían. A nivel personal, Victoria estaba llena de deudas, pues las necesidades eran muchas y no sabía distingir entre lo personal y lo profesional. Así que decidió recuperar la dignidad perdida, y solicitó trabajo en una escuela regida por americanos. Necesitaban una profesora de español para empezar a trabajar en agosto. Corría el mes de febrero de 1995. Gracias a este salario pudo cancelar sus deudas. Pero no se sentía feliz con esta situación; no había ido a Nepal para dar clases a niños ricos, aunque continuaba dando clase también en Daleki.

Tomó la decisión de ir otra vez a Barcelona y conseguir más subvenciones. Un mes antes de su partida adoptaron a una niña de dos años, Dhamu, que les aportó una gran alegría.

Antes de su marcha, preparó todo lo necesario para abrir una Escuela de Magisterio en Nepal. Quería el apoyo de una Universidad española, y lo logró. Comenzó a funcionar en 1999. También consiguió de la Generalitat una subvención para cubrir su sueldo. Volvió a Nepal con las energías renovadas.

Pese a sus muchos logros, su vida en Nepal no fue nada fácil; su lucha contra las injusticias y la corrupción fue continua y lo sigue siendo desde España.

Su matrimonio terminó en fracaso . En los últimos tiempos que pasó en Nepal, tuvo que soportar una denuncia. En el colegio, recibió una tremenda paliza junto a su madre y algunos niños. Estuvo en el hospital hasta que desde España pudieron repatriarla.

En la actualidad da conferencias para denunciar la corrupción y el maltrato en Nepal. Muchos de sus alumnos ya están ocupando cargos importantes y la apoyan en esta labor, aportando documentos.

Algunos hitos en el trabajo de Victoria Subirana en Nepal:

  • 1993 Asociación de Amigos de Vicky Sherpa para recoger fondos mediante apadrinamientos destinados a las escuelas.
  • 1994 Escuela Daleki.
  • 1995 Proyecto de Educación no Reglada, para jóvenes y gente mayor.
  • 1998 Family Project, talleres para mujeres, tiendas para vender los productos realizados y sistemas de minicréditos.
  • 1999 Primera Escuela para Maestros de Nepal.
  • 1999 Centro de acogida para niños y niñas en situación de riesgo.
  • 2000 Escuela Catalunya.
  • 2002 Amigos de Vicki Sherpa se convirtió en Fundación Vicki Sherpa Eduqual.
  • 2002 Libro autográfico: Vicki Sherpa, una maestra en Katmandú. En la actualidad está a punto de ser editada la segunda parte, para esclarecer verdades que en el anterior libro calló.
  • 2005 Su método educativo fue inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual, con el nombre de Pedagogía Transformadora.

«Hice cuanto pude por ellos, trabajé hasta la extenuación y logré levantar varias instituciones que se ocuparán de ellos. Me esforcé en ofrecerles la educación que merecían y quise hacerlo porque la educación es el pilar de una sociedad justa y libre. Hice lo que debía hacer, seguí los dictados de mi corazón y creo que obré con justicia» (Victoria Subirana).

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