Malala Yousafzai, una adolescente paquistaní, estuvo al borde de la muerte por defender la educación de las niñas. La mañana del 9 de octubre de 2012, cuando regresaba del colegio, recibió tres disparos, y uno de ellos le atravesó el cráneo. Su agresor era un talibán. Este hecho, más allá de corresponder a un acto brutal por parte de un colectivo fundamentalista caracterizado por su intransigencia y sus métodos agresivos, muestra la emergencia de un síntoma que, con mayor o menor virulencia, ha formado parte de mitos, leyes y costumbres a lo largo de la historia de la humanidad, y expresa el odio y el miedo a las mujeres. Por su defensa del derecho que tienen todos a la educación, y en especial las mujeres, que son las que más sufren la discriminación en muchas partes del mundo, Malala Yousafzai se ha convertido en 2014 en la galardonada más joven con el Premio Nobel de la Paz a sus diecisiete años.
Presión social y necesidad económica parecen aliarse a través de los milenios, las culturas y los países en contra de la educación femenina. Aún ahora, en el siglo XXI, aunque nos pueda parecer extraño, el analfabetismo de las mujeres es una plaga en algunas áreas de América, Asia y África. Y es que Occidente es solo una parte del conjunto de la humanidad y Europa resulta demasiado pequeña en relación con otras sociedades que habitan el resto de los continentes. Malala Yousafzai, una adolescente paquistaní, estuvo al borde de la muerte por defender la educación de las niñas. La mañana del 9 de octubre de 2012, cuando regresaba del colegio, recibió tres disparos, y uno de ellos le atravesó el cráneo. Su agresor era un talibán. Este hecho, más allá de corresponder a un acto brutal por parte de un colectivo fundamentalista caracterizado por su intransigencia y sus métodos agresivos, muestra la emergencia de un síntoma que, con mayor o menor virulencia, ha formado parte de mitos, leyes y costumbres a lo largo de la historia de la humanidad, y expresa el odio y el miedo a las mujeres.
Veamos el contexto social y cultural donde se desenvolvió la vida de Malala hasta que fue herida, y reflexionemos sobre algunos aspectos sociológicos y psicológicos que podrían explicar los comportamientos de exclusión de los sistemas educativos, y el sesgo dentro de muchos de ellos cuando las muchachas pueden acceder a los mismos.
Malala y su entorno
Malala nació y vivió en Mingora, única ciudad que puede considerarse como tal dentro de la zona, rodeada por las montañas del Hindu Kush, situada en el valle del río Swat, actual Pakistán. Un lugar con raíces budistas antes de la islamización a partir del siglo XI, cuyos restos aniquilarían los talibanes. Malala pertenece al pueblo pastún y al linaje de los Yousafzai, que llegó a la región procedente de Kabul en el siglo XVI. Los investigadores todavía no se han puesto de acuerdo sobre el origen de los pastunes. Tienen una lengua que les une y un código ético propio. Patriarcales, guerreros orgullosos e independientes, defienden ante todo el honor propio y familiar, enzarzándose por esta causa en largas venganzas entre familias cuando se sienten ofendidos. Practican la hospitalidad sin cuestionamiento. Habitan en la zona fronteriza de Pakistán y en Afganistán, gozando de relativa autonomía; en menor medida, también se les encuentra en India e Irán. Muchos de ellos han emigrado hacia los países del golfo por cuestiones económicas.
El padre de Malala pertenece a una amplia familia. Creció en una aldea entre las montañas. Unos padres y sus siete hijos, entre los cuales se contaban cinco mujeres, vivían hacinados en una modesta cabaña con techo de barro por la que se filtraba el agua cuando nevaba o llovía. Las niñas se quedaban en casa mientras que los varones iban a la escuela, aunque también estaban discriminadas en la alimentación, siendo los mejores bocados para los chicos.
El patriarca de la familia, abuelo de Malala, se caracterizó por ser un hombre tradicionalista, exigente, de carácter fuerte, viajero y poeta, aunque excesivamente cuidadoso con el dinero. Había estudiado en India y oficiaba como imán en la mezquita, pronunciando el sermón de los viernes y destacando por su vibrante oratoria, que incluía anécdotas históricas y versos de los poetas, además de los hechos del Corán. Su hijo lo admiraba y, quizás por ello, tuvo «problemas» con las palabras, tartamudeaba, aunque siendo muy joven ganó un concurso de oratoria y más adelante también logró ser respetado, valorado y apreciado por sus discursos. El padre de Malala soportó serias dificultades para materializar su sueño. Quería tener su propia escuela, enseñar y conseguir que los futuros adultos, hombres y mujeres, crecieran con formación académica, discernimiento y espíritu crítico. Pero su propio padre no aportaba la ayuda necesaria. No tenía dinero para sobrevivir cuando consiguió una plaza en una institución educativa, necesaria para completar su formación. No obtuvo el dinero preciso para poder pagar las pulseras de oro que debía ofrecer a su esposa en las bodas, teniendo que endeudarse por ello.
Vivió en la precariedad cuando inauguró su primera escuela y tuvo que adaptarse a las estrecheces de una cabaña de dos habitaciones frente a la misma, sin agua corriente, baño ni cocina. No recibió dinero para que su esposa diera a luz en un hospital; y, además de que sus convecinos se lamentaron de que el recién nacido fuera niña, no felicitaron a la parturienta y no realizaron los rituales disparos al aire en señal de júbilo, el abuelo tampoco contribuyó con regalos al acontecimiento. Tampoco estuvo de acuerdo en cómo iba a llamarse la recién nacida; opinaba que es un nombre triste, pues significa «afligida». Malala debe su nombre, escogido por su padre, a una heroína afgana, Malalai de Maiwand, que exhortó al ejército afgano a derrotar a las tropas británicas en 1880, en una de las mayores batallas de la segunda guerra angloafgana, consiguiendo la victoria para los suyos, aunque cayó en el campo de combate bajo el fuego enemigo. El padre quiso augurar un gran porvenir a su pequeña recién nacida, de la que esperaba que «fuera libre como el viento».
Dos años después nació un niño, llamado Khursal, como la escuela de su padre, en honor a un héroe pastún, Kurshal Kan Kattak, guerrero y poeta, y cinco años más tarde llegó Atal, el tercer hermano. En cuestión de estudios, la madre de Malala no llegó a completar un curso académico. Un buen día, vendió los libros, se compró dulces con el dinero obtenido y no volvió a la escuela. Al fin y al cabo su destino, como el de todas sus coetáneas, era el matrimonio. Luego se arrepentiría de su elección cuando, cortejada, no podía leer las poesías de amor que le dedicaba su prometido. Ambos se eligieron, lo que no era muy habitual. Sin embargo, retomó las clases muchos años después. De hecho, el día que dispararon a su hija, recibió la noticia cuando asistía a una de ellas. Malala, por el contrario, se crio en una escuela. Desde muy pequeña se colaba en las aulas y las profesoras la cogían en brazos. Más adelante, incluso, se permitía imitar a los maestros jugando a ser ella quien impartía las enseñanzas. Poco a poco, el mundo del aprendizaje y la pasión de su padre se hicieron suyos. Siempre consiguió los primeros puestos en las clases. La primera escuela, raíz de las siguientes, surgió de la inversión de los ahorros del padre de Malala y de su primer socio. Costó mucho conseguir alumnos, y en esos tiempos apenas obtenían rendimiento económico, con el agravante de que cuando la familia de las montañas se enteró de que disponía de un sitio para recibirles, comenzaron las visitas. Y como la hospitalidad pastún es sagrada, los gastos aumentaron y la paciencia del socio se agotó. Un nuevo amigo se uniría más tarde al proyecto y a las dificultades de esa época, a las que hubo que añadir las provocadas por las fuerzas de la naturaleza. Unas persistentes lluvias inundaron el edificio arruinando todos los muebles y el material que allí se encontraba. Cuando las aguas bajaron por fin, todo estaba cubierto por una espesa capa de barro. Tardaron más de una semana en retirar los escombros. Poco a poco consiguieron plasmar sus aspiraciones, incluso cambiarse de casa habitando el piso superior de la escuela, socio incluido, que esta vez sí disponía de agua y electricidad. Con tiempo, empeño y constancia, el colegio se amplió tres veces, llegando a tener un edificio para primaria y dos institutos, masculino y femenino, respectivamente. Con la situación profesional mejorada y una economía más sana, parece que podrían permitirse contemplar el futuro de forma más relajada. Entonces aparecieron otros problemas, derivados de la convulsa situación política y de la aparición activa de los talibanes. El padre de Malala se convierte en alguien muy conocido en su entorno por su entusiasmo social, su activismo defendiendo sus ideas y la lucha por el medio ambiente. Su hija admira sus movimientos y, considerándose apoyada por su progenitor, poco a poco, conforme va creciendo y a su modo, sigue sus pasos, Ali Jinnah, el fundador de Pakistán, soñó con un país musulmán en el que pudieran coexistir personas practicantes de otros credos, pero durante años las guerras con la India comenzaron a sembrar la inestabilidad. En 1971 se crea el Estado de Bangladesh, que divide la nación, y se celebran las primeras elecciones oficialmente democráticas. En 1977 el general Zia se hace con el poder a través de un golpe militar, y dos años después comienza la invasión soviética de Afganistán. En Pakistán se encuentran las dos corrientes fundamentales del islam, la
chiita y la sunnita, además de diversas subcorrientes con diversos grados de conservadurismo y radicalización mediatizadas por las distintas escuelas coránicas que forman a los integrantes en sus credos. En ellas se empezó a reclutar estudiantes para apoyar a los afganos en contra de los soviéticos. La palabra talibán es el plural de talib, estudiante. En 1996 los talibanes llegan al poder en Afganistán. En 1999 el general Musharraf, a través de un golpe de Estado, toma el poder en Pakistán. Dentro de su política abrió los medios de comunicación, permitiendo nuevos canales de televisión y mujeres locutoras, así como que se pudiera ver bailar en público. Abolió la ley en curso en virtud de la cual las mujeres tenían que presentar cuatro testigos varones para probar en juicio que habían sido violadas. Nombra a la primera mujer gobernadora de un banco estatal y a las primeras mujeres pilotos de líneas aéreas y guardacostas. Estas reformas no fueron demasiado bien vistas dentro de las corrientes más conservadoras. Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 polarizarían aún más las posturas ideológicas cuando Estados Unidos pide colaboración al Gobierno paquistaní en su «lucha contra el terror». Ciertamente, Osama Bin Laden estuvo escondido en Pakistán; además, en la zona donde vivía Malala, y la actitud del Gobierno parecía obedecer a la de un doble juego: oficialmente en contra, pero a la vez amparando el fundamentalismo, quizás porque este formaba parte de sus propias filas. En el mismo año 2001 comienzan los bombardeos estadounidenses sobre Afganistán, se produce el derrocamiento de los talibanes y su aparición cada vez más evidente y más intervencionista al otro lado de la frontera. En esas fechas, un mulá que vive enfrente de la escuela de niñas Kurshal intenta boicotear la institución. Pide a la dueña del edificio que rompa el contrato de arrendamiento y, al no tener éxito, forma una comisión de ancianos que visita al padre de Malala. Quieren que cierre la sección de las niñas por inadecuada e indecente. Del encuentro, se consigue que estas entren por otra puerta, lejos de las miradas masculinas, pero el acoso no había hecho más que empezar. A muchas profesoras se las intercepta si salen o entran sin compañía, o si esta, cuando masculina, no puede probarse que sea de su propia familia.
En 2005 un terremoto asola la región de Swat causando centenares de miles de muertos en el país, dejando incontables damnificados y a más de tres millones de personas sin hogar. La ayuda talibán es rápida y eficiente ganándose el agradecimiento de muchos damnificados. Así es como, poco a poco, van logrando las simpatías de la gente, interesándose por sus necesidades y repartiendo ayuda. En el mismo año, un clérigo fundamentalista se hace con una emisora de radio y, si bien sus intervenciones son en principio moderadas, van creciendo paulatinamente en extremismo: actos pecaminosos como escuchar música, ver películas y bailar eran los responsables del castigo divino que produjeron los movimientos de tierras (aunque Swat esté situado sobre una falla geológica). Se habla de implantar la ley coránica y a muchos les parece bien, hartos de lo que consideran un mal funcionamiento gubernamental; incluso las mujeres comienzan a donar sus joyas y dan dinero, en algunas ocasiones, los ahorros de toda la vida. En los siguientes cuatro años se instauran los tribunales islámicos, rápidos y expeditivos. Los talibanes ocupan abiertamente el valle del Swat, y cada día parecen implantar en el colectivo un nuevo edicto. Se cierran peluquerías, se obliga a llevar barba a los varones y se prohíbe a las mujeres ir a comprar al mercado. Los talibanes establecen patrullas de vigilancia. Incluso amenazan con apalear a la madre de Malala y a una amiga la próxima vez que las vean caminando solas, y más aún sin burka. Ya se habían requisado televisores y lectores de CD quemándolos públicamente por ser artefactos malévolos. Se prohíben definitivamente las escuelas de niñas. A través de uno de los contactos de su padre, por esta época Malala, bajo el nombre de Gul Makai, publica un diario para la BBC narrando la vida cotidiana bajo el régimen talibán. Una televisión estadounidense graba y emite un vídeo de ella, sus costumbres y su entorno en tal ambiente. También aparecen padre e hija en algunos medios informativos de Pakistán, que se difundirían en cadenas internacionales, pronunciándose en contra de las circunstancias. Malala defiende abiertamente la educación de las niñas. Ambos se están haciendo demasiado llamativos para los intolerantes que opinan de otra forma. El Ejército tarda en intervenir en la situación política. Hay movimientos terroristas, atentados y violencia callejera. Los talibanes castigan públicamente, filman y difunden los hechos reprobables para escarmiento de los supuestos transgresores y de aquellos que en el futuro pudieran hacer algo parecido.
Vistas las circunstancias en las que están inmersos Malala y su familia, tienen que abandonar provisionalmente su hogar, como otros que sienten que se encuentran en peligro. Pero salvo estas interrupciones, sigue yendo a la escuela, que se ha convertido en clandestina. Aunque ya claramente amenazada, la ahora adolescente piensa ingenuamente que los talibanes nunca han matado a niñas, por lo que no se siente excesivamente ansiosa. Como pronto comprobaría en su propio cuerpo, se equivocaba. Una de las balas de aquella aciaga mañana la penetró por la frente, a la altura de la ceja izquierda, y salió por su hombro. Otras dos balas hirieron a sus compañeras, pero no de gravedad. Primero atendieron a todas localmente, pero luego, Malala fue trasladada en helicóptero al hospital militar de Pesawar, donde ingresó en la unidad de cuidados intensivos cuando ya había perdido la conciencia y tenía espasmos oculares. Operada de urgencia, la retiran un hueso del cráneo para aliviar la presión del cerebro y lo resguardan bajo la piel de su muslo. Médicos internacionales presentes en el país, recomiendan el traslado de la niña a otro país por cuestiones de seguridad y de higiene. Se elige finalmente Inglaterra. Dirigentes saudíes prestan su avión privado, dotado de todos los adelantos, y a bordo navegará la enferma camino de Birmingham; allí será intervenida nuevamente y le implantan una prótesis metálica en la cabeza. Malala está sola en un país extraño durante semanas, sufriendo las secuelas de sus heridas, pues tiene problemas de visión y de audición y no puede hablar. Los padres permanecen aislados bajo control del Ejército en Pakistán, y se alargan los trámites para la obtención de sus pasaportes.
Finalmente la familia se reúne, residiendo desde entonces en la ciudad inglesa, donde la joven completa su recuperación, se reincorpora a sus estudios y retoma su activismo. Más de cien escuelas femeninas ardieron en Pakistán, fruto de la misoginia de los talibanes. Malala hace un llamamiento a las niñas a que presenten sus armas frente a los fusiles: lápices y cuadernos. Por su labor reclamando el derecho a la educación ha recibido distintos premios nacionales e internacionales, ha pronunciado un discurso en la sede de Naciones Unidas en Nueva York y se ha convertido en 2014 en la galardonada más joven de la historia con el Premio Nobel de la Paz a sus diecisiete años. Malala ha creado la fundación que lleva su nombre con la intención de obtener recursos de intervención educativa que permitan no solo la alfabetización, sino el desarrollo de los potenciales individuales en pro de un mundo mejor.
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