Jimena Menéndez-Pidal

Mujeres Geniales - Filosofía

Jimena Menéndez-Pidal (1901-1990), hija de Ramón Menéndez Pidal y de María Goyri, se educó en la Escuela Fröebel y en la Institución Libre de Enseñanza. Fue alumna de Francisco Giner de los Ríos.

Obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid y trabajó activamente en el archivo del Romancero junto a su padre, realizando investigaciones, por ejemplo, en torno al Romance del Conde Niño.

Su mayor actividad laboral la desarrolló en el ámbito de la enseñanza: fue profesora de Juegos en el Instituto-Escuela, donde en 1933, sería directora de Párvulos en el edificio de la Colina de los Chopos. Tras la guerra civil, impulsó el nacimiento del colegio Estudio junto a otros antiguos profesores del Instituto-Escuela. Defendían un modelo pedagógico heredero de la tradición de la Institución Libre de Enseñanza: una escuela que mantendría la naturalidad filosófica, política y religiosa, y cuyo fin sería la formación integral del alumno.

Fue directora de Estudio de 1940 a 1990. Todo en su vida fue ejemplo para sus alumnos, sus amigos y para los que hemos conocido su labor. Siempre fue muy consciente del papel de la educación como motor de la transformación social de un país.

 


 

Jimena Menéndez Pidal, educar para el bien común

Jimena Menéndez-Pidal simboliza como pocos la vocación, la entrega y la fe irrenunciable en el valor transformador de la educación. Hija de Ramón Menéndez-Pidal y de María Goyri, pertenece a una generación de mujeres comprometidas con su tiempo y convencidas de que podían participar en primera línea en el proyecto de modernización de la España republicana.

Jimena Menéndez-Pidal fue un dechado de tolerancia a la vez que un modelo de la rectitud ética que deben observar quienes se dedican a las tareas filantrópicas de formación pedagógica, científica y moral, tanto individual como cívica, de los seres humanos.

Institución Libre de Enseñanza

Cuando Jimena nació, en 1901, las hadas la dotaron de poderosos dones y protectores. Su padre, Ramón Menéndez Pidal, ya había trazado un plan por escrito de cómo desarrollaría su trabajo futuro, un plan del que no se desviaría ni un milímetro y que concedería a las letras españolas a uno de sus mayores expertos: amaba el conocimiento, los antiguos romances y la educación. Su madre, María Goyri, era la primera mujer universitaria de la época contemporánea, antigua alumna de la Institución Libre de Enseñanza, una defensora acérrima de los derechos de la mujer y una magnífica pedagoga. Una mujer singular en un tiempo en el que florecían muchas mujeres admirables que fueron luego borradas por el tiempo, la guerra y la memoria selectiva.

Bautizaron a la niña con el nombre de la esposa de un héroe: una mujer fuerte y castellana, una dama de leyenda. Su luna de miel había transcurrido en la ruta de las hazañas del Cid, cuyo romance había puesto de nuevo en evidencia Ramón Menéndez Pidal, y de regreso, mientras aún María estaba embarazada, habían elegido dos nombres: Jimena y Rodrigo.

De su abuela Amalia, una mujer moderna, que había animado a su hija a estudiar y la había matriculado en un gimnasio masculino, Jimena aprendió seguridad en sí misma, el valor de una voluntad de hierro y su propia valía.

La niña Jimena se crió rodeada de las mentes más brillantes y activas de su tiempo. Su madre visitaba los pueblos de la sierra en busca de romances viejos que catalogar y continuaba educando a niños y niñas en la creencia de la igualdad, de la importancia de la higiene y el deporte y de la exigencia intelectual.

A lo mismo se dedicó Jimena cuando terminó sus estudios: con enorme naturalidad, aquella familia asumía lo que en otras casas aún costaba lágrimas, dolor y decisiones tajantes. La niña, la joven Jimena, debía sacar todo el provecho posible a sus circunstancias y a su inteligencia. Pronto comenzó a impartir clases en el Instituto Escuela y a investigar en las posibilidades pedagógicas del teatro y de los títeres para acercar a los niños a sus propias emociones, y para enseñarles literatura, sobre todo las obras populares. También asistió a las clases que el Instituto Internacional de Boston ofrecía a niñas españolas y en el cual colaboraban –además de personas significativas, como María de Maeztu o María Goyri– las universitarias que ocupaban la residencia de señoritas desde 1915.

Se casó con Miguel Ángel Catalán, un científico de renombre internacional, especializado en espectrografía; llevaban una vida laboriosa, discreta y feliz.

Corría una década terrible y violenta, pero brillante en logros intelectuales. La familia real rusa había sido asesinada, los anarquistas recorrían Europa con ideas radicales y textos nuevos. Una guerra mundial aterradora había dejado pingües beneficios en una España atrasada en la que quedaba mucho por hacer para los jóvenes intelectuales y emprendedores. El padre de Jimena, que era ya doctor honoris causa por Toulouse y Oxford, continuaba investigando y creando, en el Olivar de Chamartín, uno de los centros culturales más importantes de España. Desde los años 20, se convirtió en un espacio de monte en la ciudad, en un imán que atraía a Dámaso Alonso, al propio Miguel Catalán o a los jóvenes de la Residencia de Estudiantes.

Magníficos años. La casa del Olivar se ampliaba con miles de volúmenes que recogían textos medievales y se convertían en un archivo completísimo de la tradición oral española. Miguel y Jimena se habían establecido allí, en un hogar decorado por un inmenso albaricoquero, que había nacido de un hueso arrojado al azar por ella. Había colmenas, una huerta muy bella y un palomar, que Ortega y Gasset había regalado a Castillejo.

Vivían en una granja en la ciudad, y, una alegría más, en reconocimiento por los descubrimientos que ya había realizado, un cráter lunar recibió el nombre del marido de Jimena. El mismo honor le había otorgado a Einstein el comité científico internacional. La Fundación Rockefeller, alertada y convencida por Castillejo, acababa de conceder a España (más atrasada, científicamente hablando, que Turquía) suficientes fondos como para construir un Instituto Nacional de Física y Química. El Jardín Botánico florecía con los nuevos estudios biológicos. Jimena convencía a Rafael Alberti para que le escribiera una obra, La pájara pinta, que luego representaría con su amiga Ángela Gasset en su instituto, con sus niños. Ayudaba a su padre, que gestaba el Centro de Estudios Históricos y la Revista de Filología Española. H.G. Wells dormía siestas a la sombra de los olivos, Madame Curie y Einstein paseaban, invitados por las universidades y hospedados allí. Y Góngora acababa de despertar de su sueño de siglos para ser reivindicado, como lo había sido el Cid treinta años antes, por una nueva generación de estudiosos.

Y llegó la Guerra Civil. Todos los sueños se truncaron. Algunos jóvenes poetas murieron, otros abandonaron España, otros fueron silenciados. Los Menéndez Pidal y los jóvenes Catalán fueron apartados de la docencia y acallados. Sin embargo, los archivos del Olivar se salvaron: el padre de Jimena los había depositado en la embajada de México y de ahí habían sido enviados a Ginebra, junto con otros tesoros nacionales como los cuadros del Museo del Prado.

Cada miembro de la familia se refugió en su parcela de estudios: el padre continuó tratando sobre la épica. La madre siguió con sus estudios filológicos. Jimena, que se había quedado sin trabajo por el cierre de los colegios liberales, organizó, con la ayuda de sus amigas Ángela Gasset y Carmen García del Diestro, contra viento y marea, un pequeño instituto, el colegio Estudio, que perduraría en el tiempo y en el que sobreviviría parte del espíritu de la enseñanza de la República.

Su trabajo junto a Ramón Menéndez Pidal

Jimena Menéndez-Pidal ha sido una persona esencialmente ligada a la figura y a la obra de su padre. Este parece haber sido su modelo, aunque a su través le ha llegado todo el movimiento de renovación nacional que inspiró Giner de los Ríos en el entorno del cambio de siglo del XIX al XX. Hay, en los institucionistas, un sentido profundo de esencial humanidad, que obliga a reconocer en el hombre una esencia racional universal, un ser racional y moral, incardinada en una circunstancia histórica en la que ha de realizarse como ser moral y hacia la cual le liga una esencial responsabilidad. No es solo un amor sentimental el que nos liga al terruño; es el lugar en que hemos de construir, solidariamente, un ámbito de humanidad racional.

El espíritu de Menéndez Pidal se expresaba en unas palabras de 1941 sobre lo que habría querido ser en su vida: «pues no hubiera querido ser otra cosa que lo que he sido y soy, un obrero de tantos de la cultura de mi país».

Los valores de libertad y responsabilidad personales, arraigados en una cultura y una historia, los transmitió don Ramón a su hija, asociada muy pronto a la empresa de su padre. La imagen de esa asociación la ha contado primero María de Maeztu, luego Rafael Lapesa y Julián Marías.

Dijo María de Maeztu, hablando de don Ramón, que había consagrado la vida a su trabajo «sin permitirse nunca el menor capricho, la menor frivolidad». Y así, de tanto leer y leer, hubo de padecer un desprendimiento de retina. Y cuenta María: «Tendido pacientemente en su lecho, hacía que su hija Jimena le leyese los viejos romances que, con el título de Flor nueva de romances viejos, fueron publicados en esos meses de forzoso retiro. Llevan al frente esta dedicatoria: A Jimena, que, Antígona de mi ceguera transitoria, recreó mis días de tedio llevándome a sacar del olvido este romancerillo, que estaba hacía muchos años arrumbado».

En torno al romancero se había curtido el matrimonio de don Ramón con doña María Goyri; y también la relación paterno-filial de don Ramón y Jimena, una relación donde don Ramón había de ser Edipo, y Jimena su lazarillo. Esa continuidad es aún más marcada en el volumen que Jimena editó sobre Cantares de gesta y leyendas heroicas dentro de la colección de la Biblioteca Literaria del Estudiante, que editó la Junta para Ampliación de Estudios. Es una selección de poemas de gesta –desde Bernardo del Carpio al Poema del Cid– elegida, anotada e ilustrada con mapas históricos del escenario de cada poema, realizados por Jimena. Jimena anota los poemas y precisa sus personajes, sus expresiones, significado, pero lo hace siguiendo la obra de su padre, incluso recogiendo casi literalmente notas puestas por don Ramón al Poema del Cid de Clásicos Castellanos.

En cierto modo, la personalidad de la editora se difumina, se desvanece, para dejar tan solo ante los ojos los textos maravillosos de la épica, y aquellas brevísimas notas que aclaran la momentánea dificultad.

Los hombres de la Institución, don Ramón entre ellos, veían en la educación la única oportunidad de regeneración nacional. «Escuela y despensa» fue uno de los lemas de Joaquín Costa. Escuela y más escuela había de demandar don Francisco Giner. Jimena fue en su día alma del naciente Instituto-Escuela, escalón nuevo en el sistema educativo diseñado por los hombres de la Institución para tener oportunidad de modelar la segunda enseñanza. Jimena y otros colaboradores pusieron en marcha la Biblioteca del Estudiante, en la que ella editó unos poemas de gesta. La biblioteca la dirigía don Ramón; colaboraban nombres como los de Américo Castro, Juan Dantín, Enrique Díez Canedo, María Goyri, Miguel Herrero, Tomás Navarro o Eduardo Martínez Torner. La colección buscaba reunir «aquellas obras mejores que el estudiante debe frecuentar en el comienzo de sus estudios para adquirir los fundamentos de su cultura tradicional hispánica».

Su proyecto consistía en hacer que los estudiantes frecuenten, es decir, vuelvan una y otra vez sobre unos textos que han de fundar una cultura tradicional hispana, esto es, una cultura que ha de enraizarlos en los valores y los logros de arte, de pensamiento, de belleza y de sentido que constituyen esa tradición de nuestro pueblo. En realidad, en el modelo educativo de ese Instituto parecen arraigar muchos de los que iban luego a ser rasgos característicos del futuro colegio Estudio. María de Maeztu precisó muchas de las directrices a seguir en las páginas iniciales del volumen de programas. La insistencia en la enseñanza activa aparece casi en cada línea: «No hay que dar al alumno hecho nada que pueda hacer por sí mismo; hay que despertar el entusiasmo del que aprende, y ponerle en condiciones de que pueda gozar de singular alegría de encontrar la verdad por sí mismo».

Por otro lado, los educadores rechazarán el pragmatismo de corto alcance que quiere hacer de la escuela una simple formación preparatoria para la vida tal cual se da en el exterior de la misma. Hay que educar, decían, «no para la vida ya hecha, sino para la vida creadora»; se ha de comenzar cultivando la emoción, que es la primera función infantil de comunicación con el mundo, para luego llegar al pensamiento, sobre todo al ejercicio de las facultades de comprensión y expresión: «Los hechos deben ser el final… lo primero es todo aquello que puede poblar el mundo de su fantasía, como los mitos y las leyendas».

En el instituto se evitó, como luego en el colegio, el uso del libro de texto, potenciando el del cuaderno de resúmenes, resultado de la actividad del estudiante; se fomentaba la lectura y la socialización a través del juego. Sobre todo, «la escuela tiene como fin el dar al joven “regulación y norma”, y permitir en él el desarrollo de “lo racional frente a lo espontáneo”».

Hay unas líneas brevísimas de Jimena, casi las únicas suyas en el volumen dedicado a los planes de estudio del Instituto-Escuela, donde se ocupa del sentido pedagógico de los juegos escolares.

Allí se ve cómo en el juego se encuentra el medio idóneo para formar la personalidad social de los alumnos. Los juegos socializan al niño; le introducen en un mundo de reglas y de «moralidad». Por eso hay que «procurar que sus juegos tengan un valor moral y físico, sin coartar la expansión del niño». El juego se ha de jugar «bien», aunque se puede hacer mal. Pero además, en su práctica surgen valores que van mucho más allá de la inmediata diversión: se forma el sentido de la competición, del liderazgo, y también puede nacer la segregación de los menos audaces, la desvalorización de los menos dotados, la humillación del débil o el torpe. Hay, dirá, que «fomentar la idea de colectividad y relegar la de egoísmo», evitando «que surjan unos cuantos campeones y que el resto de los muchachos se sientan inferiores…». Eso es lo que le importa a Jimena: el mundo de la moral, y el sentido de la hombría y la comunidad, más que la mera diversión o la sola disciplina.

La guerra civil terminó con el sueño del Instituto-Escuela, con la Institución Libre de Enseñanza y lo que ella representaba.

Su vida como educadora en el colegio Estudio

Es en ese difícil contexto en el que hay que comprender el temple, el valor no común y la resistencia civil ante las imposiciones inaceptables de esa nueva línea educativa que animaron a Jimena Menéndez-Pidal, Ángeles Gasset, Carmen García del Diestro y un pequeño núcleo de espíritus animosos, cuyo nombre está en el recuerdo de todos los alumnos. La educación infantil y de la adolescencia en España durante la Edad Contemporánea ha estado en gran medida bajo la tutela femenina. El espíritu maternal de las mujeres ha contribuido a hacer que la enseñanza primaria y secundaria adquiriese un sentido moral y ético de profunda y sensible humanidad. El colegio Estudio, fundado en 1940 para suplir, después de la guerra civil, una carencia de auténticos centros didácticos diezmados por la contienda, sin duda alguna es una patente demostración de nuestra afirmación. La tríada de Jimena Menéndez-Pidal, Carmen García del Diestro y Ángeles Gasset, las llamadas por los alumnos «las tres grandes», constituyeron un grupo femenino de gran altura intelectual, consagrado a la formación de una futura juventud destinada a regenerar la sociedad española. Aunque en el colegio Estudio no faltaron excelentes profesores, como Miguel Catalán, José Luis Bauluz, Antonio Rodríguez Huéscar y Antonio Marín, fueron las tres primeras fundadoras las que comunicaron al centro su filantrópico espíritu, heredero del desaparecido Instituto-Escuela, inspirado en el ideario pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza.

Alma y centro del colegio Estudio, fue Jimena Menéndez-Pidal. Persona ecuánime y serena, con una innata autoridad, su entrega a las tareas de la enseñanza la convirtieron en el paradigma de la profesora ejemplar, en la rectora y la orientadora, la guía y el espejo de las personas que, de manera altruista, consagran su existencia a la pedagogía. Su dedicación al colegio Estudio fue total, encarnando a la directora y superior conductora de una institución docente. Liberal y flexible en sus decisiones, sabía siempre comprender todas las circunstancias y situaciones de los demás, de aquellas personas que, bajo su dirección, formaban parte del alumnado y del cuadro profesional del colegio Estudio. Con rectitud y severidad sabía corregir las faltas y, con gesto generoso, dar un oportuno consejo u orientación a quien se lo pedía, sabiendo que iba a ser atendido.

Como premio a su inestimable labor educativa, le fue concedida la banda de la Orden de Alfonso X el Sabio por el ministro de Educación, Juan Antonio Ortega, en 1981.

Cuatro años más tarde, la reina doña Sofía, acompañada en todo momento por Jimena, inauguró en la antigua casa de Ramón Menéndez Pidal el Centro de Estudios Históricos Menéndez Pidal.

Tolerancia y respeto a la religión

La figura de Jimena como educadora es bien conocida. Mas a partir de 1973 su relación con el sentir religioso se intensificó con su participación en el núcleo inicial de amigos del monasterio de monjas cistercienses de Buenafuente, y dedicó buena parte de sus ilusiones y esfuerzos, con la pasión que sabía poner en lo que emprendía, a la recuperación del monasterio para su comunidad, a punto de extinguirse, y para instalar en él un centro de retiro, meditación y oración.

Escriben los que la conocieron que Jimena desprendía una luminosidad fuera de lo normal. Era la personificación de un ser en el cual se unían la belleza física y la integridad moral, además de un agudo sentido del humor. Jimena conservó hasta el final de sus días su esbelta y señera figura y su hermoso y amable rostro, de facciones regulares y armoniosas. Nacida en un medio y un ambiente social en el cual la ilustración y el saber eran el norte y la guía de la existencia, Jimena rindió siempre culto a las tareas del espíritu. Respetuosa y tolerante ideológicamente, nunca dejó de comprender que hay que admitir las distintas formas de pensar y de vivir de los demás. En el transcurso de su existencia mostró la fidelidad a su criterio de apertura a todo lo que significase la superación de lo meramente material mediante la disciplina autogeneradora de la superioridad y la elevación de miras que proporcionan al ser humano las virtudes ascéticas del estudio. De ahí que, en sus últimos años, Jimena se refugiase en la mística soledad de una creyente religiosidad, sorprendentemente para muchas personas que la consideraban una incrédula, y que no entendieron este final de su larga y fecunda carrera de educadora de jóvenes, a los que había inculcado la apertura a los más amplios horizontes del pensamiento. Al evocar ahora la coherente y cristalina existencia de Jimena Menéndez-Pidal, resulta lógica su evolución espiritual al propiciar una profundización de su vida personal dedicada al mejoramiento de lo transitorio y perecedero. También hay que reconocer que la mejor lección que nos ha legado es la de haber iluminado lo más sublime del alma humana mediante la superación de lo banal y lo intrascendente que degrada a la humanidad. Jimena Menéndez-Pidal es el ejemplo más excelso y magistral de las virtudes que deben orientar a quienes vocacionalmente y con entusiasmo y constante dedicación, consagran por entero su vida a la enseñanza.

En el colegio Estudio, ella consiguió aunar la educación con el desarrollo de la personalidad de los educandos y sustituir el aprendizaje memorístico por la adquisición activa de los conocimientos. Se fomentaba el sentido de la responsabilidad, el uso de la libertad sin daño de la disciplina no autoritaria. También es importante mencionar la prudencia con la que Jimena trató en el colegio el problema de la enseñanza y práctica de la religión, creando un espíritu de tolerancia respetuosa entre los que querían esa enseñanza y práctica y los que la rehusaban. Entre los papeles de Jimena, que Carmen Vallina conserva con celosa fidelidad, papeles en su mayoría de tema religioso, figura una cuartilla en la que escribió sus reflexiones en torno a la virtud de la tolerancia: «La tolerancia no existe cuando no hay convicciones, ni supone prescindir de ellas, o haber hecho renuncia a ellas«» (…) «La tolerancia significa reconocer a todos los hombres como posibles compañeros de diálogo» (…) «La tolerancia es uno de los modos fundamentales de la convivencia humana» (…) «Siempre he llevado conmigo la riqueza de penetración en aquel sondear el Padre Nuestro como oración universal».

Jimena nos dejó a los noventa años. Aunque su vida ha sido bastante longeva, parecía que iba a durar para siempre, de ahí que los que la conocían se llevaron una dolorosa sorpresa.

Jimena fue una mujer enamorada de la tarea de educar y de transmitir los valores más necesarios para formar en cada niño un ser humano abierto a la verdad, sensible al arte, capaz de valorar la naturaleza, el trabajo artesano, el propio cuerpo y la dimensión trascendente de la vida.

Bibliografía

Julián Marías. Quién ha sido Jimena Menéndez Pidal. Periódico ABC. 23 de marzo de 1990.

Antonio Bonet Correa. La luminosa figura de Jimena Menéndez-Pidal. Archivo Histórico de la Fundación Estudio.

Memoria de Diego Catalán Menéndez-Pidal.

Un filólogo… con inclinación a la Historia. Fundación Estudio.

La gimnasia en el colegio. Fundación Estudio.

Fernando de Terán Troyano. Fundación Estudio.

Antonio Lago Carballo. La religiosidad de Jimena Menéndez-Pidal. Fundación Estudio.

Francisco Michavilla. Jimena Menéndez-Pidal. Galería de educadores. El economista.es/blogs.

Rafael Castillo. Jimena Menéndez-Pidal, fundadora del colegio Estudio. El País. 16 de marzo de 1990.

Espido Freire. Jimena Menéndez Pidal: el estudio bajo los olivos. Internet.