La pianista Rosa Sabater, nacida en Barcelona en 1929 vivió siempre inmersa en el mundo de la música. Dio conciertos en toda Europa y América, actuando como solista con las mejores orquestas. No descuidó tampoco la música de cámara, formando dúos y tríos, y fue titular de la cátedra de virtuosismo en la Staatliche Hochschule für Musik de Friburgo, donde residía, en Alemania. Falleció en 1982, víctima de un accidente aéreo.
Rosa Sabater, una gran pianista y una gran mujer
La pianista Rosa Sabater subió al cielo en una fría mañana del invierno de 1982, víctima de un terrible accidente aéreo acaecido cerca del aeropuerto de Barajas. Tenía cincuenta y tres años y se encontraba en su mejor momento de plenitud creativa; la vida parecía sonreírle plena y definitivamente tras su fracaso matrimonial.
Fue algo que a todos nos costaba trabajo creer y que nos dejó profundamente entristecidos a cuantos la queríamos. Y es que Rosa era un ser muy especial, sabía hacerse amar por encima de la admiración que despertaba como artista. Era una bella mujer, atractiva, amable y encantadora con todo el mundo, sobre todo por la bondad y la alegría que irradiaba alrededor suyo. «Volveré por Navidad; nos veremos el día de tu santo y nos reuniremos con los Mompou el día de Reyes», le había comentado a Manuel Valls el 7 de octubre, después de hacer una brillante versión del Concierto para piano y orquesta n.º 3 de Beethoven con la Orquesta Nacional de España en Barcelona. Profundamente impresionado, nos cuenta la tragedia ocurrida al mes siguiente otro buen amigo suyo, el compositor Xavier Montsalvatge, en sus Papeles autobiográficos, con palabras llenas de emoción:
«La mañana del 28 de noviembre tuve que desplazarme a Madrid (…). Cuando ya volábamos sobre Barajas observé que las azafatas y algunos pasajeros se asomaban a las ventanillas. Al mirar yo, vi en tierra algo escalofriante: los restos, despojos ennegrecidos, retorcidos y casi irreconocibles de un “jumbo”, testimonio sobrecogedor de la catástrofe ocurrida un día antes.
Afectado todavía por aquella imagen, al desembarcar encontré a un grupo de amigos, músicos y críticos consternados por la noticia que iban a darme: Rosa Sabater había embarcado en aquel aparato».
«…Las primeras veces que escuché a Rosita Sabater al piano era casi una niña de cabellos rubios recogidos por dos pequeños lazos, con un traje vaporoso y una sonrisa que se reflejaba en su manera de interpretar Mozart que le había enseñado su maestro Franck Marshall. Después de Mozart pasó a Bach, Scarlatti y enseguida a los románticos. En pocos años, Rosa Sabater se convirtió en una concertista de indudable mérito, dotada para traducir la música de cualquier época».
Rosa Sabater Parera, que había nacido en Barcelona el 9 de agosto de 1929, ha sido indudablemente una de las más insignes representantes del pianismo español de todas las épocas. Hija de músicos –su padre era director de orquesta y su madre, profesora de canto–, vivió siempre inmersa en el mundo de la música.
Se presentó en París en 1948 junto al director Eduardo Toldrá y, desde entonces, dio conciertos en toda Europa y América, actuando como solista con las mejores orquestas del momento. No descuidó tampoco la música de cámara, formando dúos y tríos con el violonchelista Luis Claret o los violinistas Agustín León Ara y Gonzalo Comellas, entre otros.
Su otra gran faceta fue la dedicación a la enseñanza, desarrollada paralelamente a sus apariciones como concertista. Desde 1967 venía dando cursos y clases magistrales en Santiago de Compostela y Granada, y fue titular desde 1977 de la cátedra de virtuosismo en la Staatliche Hochschule für Musik de Friburgo, donde residía, en Alemania. Allí acudían discípulos procedentes de todo el mundo, atraídos por su gran técnica pianística y su maestría como profesora. «Sabíamos que la música nos vendría envuelta en un clima de calidez humana singular; que nos encontraríamos cómodos, pero al mismo tiempo, ávidos de aprender todo cuanto ella nos iba a enseñar tan generosa y sabiamente. Cuando se sentaba al piano para que escucháramos lo que nos quería explicar, el deleite era aún mayor si cabe. Su forma de tocar era envolvente, nos agradaba y seducía siempre», cuenta Miguel Bustamante, uno de sus discípulos.
El prestigio adquirido, tanto como intérprete como en su cátedra de Friburgo, fue motivo para que la invitaran a formar parte de jurados en numerosos concursos nacionales e internacionales. El Concurso Internacional de Piano de Jaén, que se celebra anualmente, instituyó a su muerte el Premio Rosa Sabater al mejor intérprete de música española. Hizo también numerosas grabaciones discográficas, entre las que cabe destacar las dedicadas a los cuatro cuadernos de la Iberia de Albéniz, a la obra pianística de Granados y a las composiciones de sus amigos Mompou y Montsalvatge.
Rosa Sabater poseía una penetrante intuición musical. Su estilo interpretativo era tenso, vivo, dotado de profundo nervio y de una pulsación firme, pero honda y dulcemente musical. Del barroco de salón, especialmente de las sonatas de Scarlatti y del Padre Soler, dio unas versiones en el límite de la perfección, al igual que de los conciertos de piano de Mozart, especialmente el n.º 27 que le oímos tocar en el Palacio de Carlos V con la Orquesta de Cámara Inglesa en el Festival de Granada en una noche memorable.
Quiero concluir esta breve reseña con un extracto de la carta que su hija Rosa le escribió, veinte años después del accidente y a petición de RTVE, para la publicación de un disco con la grabación de un concierto efectuado en la Sala Fénix de Madrid en 1974 con obras de Granados:
«… Y es que el 27 de noviembre de 2003, se cumplen veinte años de aquel incomprensible –y hasta hoy parece que inexplicable– accidente aéreo de Mejorada del Campo, de un avión cuyo destino debería haber sido Bogotá. Allí tocabas el 2 de diciembre.
(…) A tu lado tuve el privilegio de conocer a grandes músicos, a tus amigos. Qué importante era para ti la amistad y qué feliz me siento de que me inculcaras ese sentimiento. Tus ganas de vivir, de compartir, de saborear cada minuto, de disfrutar de cualquier pequeña cosa. ¡Eras tan vital!
Había algo que te horrorizaba: envejecer, perder facultades. Siempre decías que preferías morir joven. Qué premonición: te saliste con la tuya. No querías verte enferma, sin poder tocar el piano, sin poder disfrutar de tu pasión: ir a la ópera. Te habrías dejado cortar una mano con tal de ser cantante. Menos mal que no te viste en ese trance…
(…) Me has transmitido una filosofía y una actitud ante la vida que me enorgullece y que es la que Jose Miguel y yo intentamos transmitir a esos dos nietos que no pudiste llegar a conocer: la bondad ante todo. Dijiste: “Cuando muera, prefiero que me recuerden como una buena persona antes que como buena pianista”…
(…) Gracias por darme la vida (la nuestra no siempre fue fácil), pero, a pesar de todo ¡no sabes cuánta falta me haces!
Lograste tu objetivo: marcharte joven. Pero, francamente, qué jugada nos hiciste a todos los que seguimos aquí…La única vez en tu vida que fuiste egoísta».
El destino se abatió sobre ella en un momento en que su amor por la vida era quizá más intenso que nunca, pero seguro que es más feliz viviendo en el cielo, donde todos estarán disfrutando las delicias de estar junto a un alma grande haciendo Música Celestial.