Teresa Berganza, nacida en 1933, es una extraordinaria mezzosoprano reconocida y admirada mundialmente. Después de haber pasado la mayor parte de su vida cantando en los más grandes teatros de ópera y salas de conciertos de todo el mundo, posee numerosos premios, condecoraciones y nombramientos. En 1994 fue elegida miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo la primera mujer en obtener esta distinción.
Teresa Berganza, cantante, maestra y gran profesional de la música
Teresa Berganza Vargas, nacida en Madrid el 16 de marzo de 1933, es una extraordinaria mezzosoprano reconocida y admirada mundialmente por su voz maravillosa y su profunda dedicación a la música, a la que ha entregado toda su vida y de la que sigue disfrutando a sus espléndidos ochenta y tres años recién cumplidos.
Después de haber pasado la mayor parte de su vida viajando y cantando en los más grandes teatros de ópera y salas de conciertos de todo el mundo, vive ahora recluida y disfrutando de la soledad que tanto ama en una preciosa casa del siglo XVII, situada justo enfrente de la basílica de San Lorenzo de El Escorial, recibiendo en estos últimos años los homenajes y el cariño de tantos miles de personas que la escucharon y aprendieron con ella a amar y sentir la belleza a través de la música.
Siempre quiso poseer una buena formación musical para ser la mejor profesional, su meta era lograr el famoso «bene fundata est domus iste» («bien fundada está esta casa») e hizo sus estudios en el conservatorio de Madrid, empezando por piano, armonía, música de cámara, composición, órgano, violonchelo y, por supuesto, canto, siendo alumna de Lola Rodríguez Aragón, a la que considera su única maestra, y graduándose con el Premio Fin de Carrera en 1954. Posee numerosos premios, condecoraciones y nombramientos, y en 1994 fue elegida miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo la primera mujer en obtener esta distinción.
Nacida antes de nuestra guerra civil, a partir de 1958 quiso recuperar –al igual que hizo su admirada Victoria de los Ángeles– el auge de la música española, sumida en el abandono de la postguerra, participando en múltiples grabaciones de zarzuela con el gran Ataúlfo Argenta y haciendo recitales desde muy joven, incluyendo también el lied alemán y la canción francesa. Antes de eso, cuando aún era estudiante del conservatorio y para costearse sus gastos, rodó una película con Carmen Sevilla en la que cantaba el Ave María de Schubert, y acompañó al piano a Juanito Valderrama y a Juanita Reina, confesando que le encantaba la canción popular. Hubiera sido una gran folklórica pero, afortunadamente, siguió la senda del bel canto.
Su debut escénico lo hizo interpretando el papel de Trujamán en El retablo de maese Pedro, de Falla, en el Auditorio de la RAI en 1957, pero su auténtico debut en la ópera lo hizo en el Festival de Aix en Provence, con el papel de Dorabella en la ópera Cosi fan tutte, de Mozart. La crítica la catalogó entonces como la mejor mezzosoprano del siglo, lo cual despertó aún más su responsabilidad para corresponder a esta expectativa.
En 1958 hizo su presentación en EE.UU. cantando con María Callas la Medea de Querubini en la ópera de Dallas, continuando desde entonces una imparable carrera de éxitos en todos los más importantes teatros de ópera de Europa y América. Ha trabajado a las órdenes de los más grandes directores de orquesta, desde Rafael Kubelik y Lorin Maazel hasta Claudio Abbado. Compartió cartel con todos los más importantes y se enfrentó al mismísimo Karajan: «Yo era entonces muy joven y fui una insensata», le contaba recientemente en una entrevista en televisión a Cayetana Guillén: «Iba a debutar en la ópera de Viena con Elisabeth Schwarzkopf y D.F. Dieskau, y el día antes, estando ensayando, Karajan me dijo que musicalmente mi voz no funcionaba, y además me lo dijo muy mal». Ella le contestó rotunda, pero muy educadamente: «Maestro, me puede decir que no le gusta mi voz, que no le gusta cómo canto, pero sepa que yo soy más música que usted y que todos los que están aquí…». Esa era Teresa. Estuvo diez años sin volver a cantar con él, pero, pasado ese tiempo, el gran director se presentó un día ante ella y la abrazó pidiéndole que hiciera con él Las bodas de Fígaro en el Festival de Salzburgo. Ella aceptó interpretando el papel de Cherubino y, en el momento en que empezó a cantar la famosa aria «Voi che sapete», Karajan bajó las manos y se quedó quieto con los ojos cerrados. Ella cantó como pudo (divinamente, por supuesto) y, cuando al final le preguntó al maestro por qué no la había querido dirigir en el aria, pensando que era una venganza que le tenía guardada, él le hizo con su respuesta el mejor elogio que podía escuchar: «Yo también tengo derecho a ser feliz escuchándote con los ojos cerrados».
Apoyada sin duda por unas dotes naturales excepcionales, pero trabajando y esforzándose cada día, siempre se planteó su carrera como una batalla, luchando desde el corazón y la inteligencia para poder conocer el mundo y hacerlo más bello. Teresa Berganza no se ha limitado a cantar bien, con esa exquisita musicalidad y profundo conocimiento de la voz que la caracteriza, sino que siempre ha trabajado procurando ayudar a la difusión de la buena música y enseñar a las nuevas generaciones de cantantes que la siguen con devoción. Ha sido profesora titular en la Escuela Superior de Música Reina Sofía e impartido clases magistrales en los mejores conservatorios y escuelas de canto del mundo, y sigue atendiendo y aconsejando desde su casa a todos los que le piden ayuda.
En 2010, con motivo del quinto aniversario de la desaparición de Victoria de los Ángeles, participó en el homenaje a la gran soprano catalana, que reunió en el Teatro Español a algunas de las voces más pujantes del panorama lírico actual, entre ellas la de su propia hija, Cecilia Lavilla Berganza. «De vez en cuando se agradece participar en estos homenajes que nos invitan a mirar al cielo y buscar las estrellas que un día nos iluminaron», declaró entonces a la prensa. «Yo he tenido una vida plena, he hecho todo lo que me he propuesto», afirmaba. Y a mis setenta y cinco años no puedo ser más feliz. Sé que la muerte anda cerca y lo tengo completamente asumido. No quiero ningún tipo de parafernalia, ni salir en ningún lado. Quiero dejar de ser Teresa Berganza con el mismo comedimiento con que empecé».