Ana María Matute

Mujer de gran sensibilidad y fantasía, vivió tiempos difíciles.

Nació en 1925 y conoció las atrocidades de la guerra siendo niña. Ya en su infancia se notaba su rebeldía; no quería ser como esas «niñas recortadas a tijera». De aquella época, conservó siempre el muñeco Gorogó, regalo de su padre.

Educada en un colegio de monjas, las llamaría las «damas negras», por el mal recuerdo de la rigidez de algunas de ellas.

Tartamuda, quizá por el miedo a su madre, recobró el habla ante el terror de los bombardeos. Dibuja en sus cuentos la España de la posguerra y se introduce en el mundo de las letras a través de la editorial Destino.

Su carrera literaria está plagada de premios. Obtuvo, entre otros, el Nadal, el Nacional de Literatura, el Planeta y el prestigioso Premio Cervantes. Fue una de las pocas mujeres que entraron en la Real Academia de la Lengua Española,. Murió en 2014.

Su obra maestra, Olvidado rey Gurú, surgió tras muchos años sin escribir a causa de una depresión, una especie de «bajada a los infiernos».

Destaca su preocupación por la infancia. Su vida es ejemplo de la llamada del alma, de la vocación.

 


 

San Juan dijo: «El que no ama está muerto», y yo me atrevo a decir: «El que no inventa, no vive» (Ana María Matute).

Ana María Matute Ausejo es una de las escritoras más prolíficas de la historia española reciente, con más de cuarenta obras en su haber entre novelas, cuentos y relatos cortos.

Nació el 26 de julio de 1925 en Barcelona, en el seno de una familia conservadora y religiosa perteneciente a la burguesía catalana. Su familia estaba bastante acomodada económicamente.

Su padre, Facundo Matute Torres, y su madre, María Ausejo Matute, tuvieron cinco hijos, dos varones y tres féminas, siendo Ana María la segunda.

Desde bien joven echa en falta un poco más de afecto por parte de su madre, que debía de ser una mujer severa y estricta. Sus personalidades chocaban, y muchas veces Ana María buscaba pretextos para hacerla enfadar. El resultado era que acababa encerrada en una habitación a oscuras como castigo, castigo que para ella era más bien un disfrute. Al cuarto oscuro iba con alegría; allí –contará más tarde–, encontraba paz, calma, tranquilidad; era un momento de recogimiento en el que podía escuchar el silencio. El silencio le susurraba y la animaba a crear nuevos mundos, nuevas y fantásticas aventuras y nuevos personajes, hadas, trasgos…

La madre de Ana María, como la generalidad de las mujeres de la época, era la que gobernaba la casa y se cuidaba de la educación de los hijos pequeños. Tal vez fuera una mujer amiga de la disciplina, y por alguna razón, producía terror en su hija, llegando incluso a provocarle una tartamudez de origen psicológico. Esa tartamudez desaparecería más tarde con otro terror aún más atroz, el de la guerra.

Esta falta de amor materno sería compensada por el de su hermana Anastasia y el de su padre. Su progenitor era el propietario de una fábrica de metales, toldos y paraguas, Matute S. A., y su trabajo le obligaba a realizar viajes al extranjero, sobre todo a Inglaterra y Alemania.

Ana María llega a comparar a su madre con el Cid Campeador, por su carácter castellano, y a su padre, con un compañero de Ulises, posiblemente debido a las fantásticas aventuras con que Facundo regalaba a su hija al regreso de sus viajes, acrecentando más todavía, si eso era posible, la vívida imaginación que ya poseía.

El padre de Ana María sabía que no era una niña como las demás. No le gustaba jugar vistiendo a muñecas, ni a las cocinitas, ni a ningún juego considerado adecuado para las niñas de su edad y de su clase social. Desde siempre se va a rebelar contra esa actitud femenina tan cerrada, denominando a las niñas de su época como «niñas recortadas a tijera», siguiendo el patrón y la imagen de sus madres, de mentalidad corta y estrecha, niñas cuyo único propósito y ambición era tener una gran boda con un buen marido que las pudiera mantener.

Siempre le pareció curioso que, a pesar de tener grandes amigas una vez adulta, hasta los veintiún años sus mejores amistades fueran chicos.

Por eso, cuando tenía cinco años, su padre le trajo de Londres, no una muñeca, sino un muñeco negro, al que llamaría Gorogó y que la acompañará toda su vida. Incluso lo mencionará en una de sus primeras novelas, titulada Primera memoria, de 1960.

Con esta edad aproximadamente, enfermó de una infección de riñón que a punto estuvo de acabar con su vida, por lo que sus padres la enviaron a vivir con sus abuelos maternos a Mansilla de la Sierra, en Logroño, localidad hoy en día cubierta por las aguas de un pantano.

Mansilla de la Sierra fue, en palabras de Ana María, un paraíso en la tierra, con sus bosques, sus campos y su río. Impactará fuertemente en ella y dejará una huella indeleble en su vida hasta el punto de que las gentes y las tierras de Mansilla serán los protagonistas de varias de sus obras, entre ellas Historias de la Artámila, de 1961.

En esta obra recoge veintidós relatos que reflejan una preocupación social; unas veces sus protagonistas viven encerrados en sus propios egoísmos; otras, se sumergen en un universo infantil.

Con diez años es enviada a Madrid a estudiar en un colegio femenino religioso. Recuerda en particular a la hermana Colette, por lo horrorosa que era. También, a la hermana Teresa, que era muy dulce, pero que más tarde dejaría de ser monja.

Su afición a la lectura hace que llegue al colegio sabiendo leer y escribir perfectamente y, sin embargo, poco tarda en verse relegada a los últimos puestos de su clase. Las monjas no causarían una buena impresión en ella como profesoras o educadoras y, en voz baja, las llamaba horrendas. Residirán en la memoria de Ana María como las «damas negras».

Cuando tiene cerca de once años, España se ve sacudida por un acontecimiento fatal que conmocionaría a todo el país y lo dividiría durante años: la guerra civil. Este suceso fue bastante rompedor y demoledor en su vida.

De esa época, recordaba la hambruna y las largas colas para conseguir alimentos, incluso los más básicos, como pan o leche. Conoció el verdadero significado de la palabra odio y notaba cómo esta emoción impregnaba el ambiente. Percibió la muerte de cerca cuando, paseando por la ciudad, de nuevo ya en Barcelona, veía cadáveres en los descampados… Y también sufrió miedo de verdad, ese miedo atroz que le borró de golpe la tartamudez, el miedo terrorífico de los bombardeos aéreos, una amenaza invisible contra la que no había defensa.

Las consecuencias psicológicas de esta guerra en su mentalidad de niña y una juventud marcada por la posguerra se van a evidenciar en sus primeras obras literarias.

Este conflicto bélico hizo que los escritores del momento, que reflejaban en sus obras su infancia durante la guerra, fueran conocidos como «la generación de los niños asombrados», término que acuñó ella misma. Asombrados por lo rápido que se acabó su vida de cuentos, por lo rápido que se truncó la inocencia de sus juegos, por lo rápido que se terminó su infancia, sin ningún miramiento, «sin ni siquiera preguntarles».

Algunos de estos niños resurgirían en la década de los cincuenta como los nuevos escritores que, cargados con una misma intención y mucha tinta, van a impregnar sus novelas del pesimismo que los invadió durante la guerra. Juan Goytisolo, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite junto con nuestra protagonista serán algunos de sus mayores representantes.

Dentro de esta barbarie encontró consuelo en su modesta revista Shybil. Era una revista que escribía a mano, y ella se encargaba de las ilustraciones, escribía cuentos, recogía noticias e incluso incluía críticas de cine; se repartía entre los hermanos, primos y amigos. Un pequeño respiro que permitía a Ana María seguir con su mundo de ilusión, creando e inventando nuevos personajes e historias.

Tras sus estudios de Bachillerato, estudió Música y Pintura, para acabar decidiéndose, finalmente, por la Literatura.

Es así como, con diecinueve años, se acerca al mundo editorial con su novela titulada Pequeño teatro (1954). Con su relato, que llevaba escrito a mano en una libreta, iba todos los días a la editorial Destino, hasta que consiguió una entrevista con el director de la editorial. En aquel momento, el director era Ignacio Agustí, un conocido novelista catalán, famoso por su serie narrativa La ceniza fue árbol, el cual le aconseja que presente su relato mecanografiado y le dice que ya la llamarán si les gusta.

Grande fue su sorpresa cuando la llamaron a las dos semanas para ofrecerle un contrato de tres mil pesetas. Y más grande aún fue la sorpresa de su padre, que no tenía conocimiento de los actos de su hija, pero que debía firmar dicho contrato por ser ella menor de edad. En la editorial pidieron a Ana María que escribiera un cuento para que empezara a ser conocida. El cuento se tituló El chico malo y fue el primero de los muchos que le publicarían.

En 1947, al conocer la existencia del Premio Nadal, presentó su novela Los Abel, inspirada en la historia de Caín, en la que refleja la atmósfera española de la posguerra desde el punto de vista infantil, algo característico de los autores de la «generación de los niños asombrados». La novela quedaría en tercer lugar. El primer premio fue otorgado a Miguel Delibes por La sombra del ciprés es alargada.

Sin embargo, Los Abel reemplazaría a Pequeño teatro en el contrato con la editorial Destino, por ser considerada una novela más madura que la primera, y se convertiría así en su primera obra publicada, saliendo a la venta en 1948. Pequeño teatro se publicó posteriormente, en 1954, después de ser la ganadora del III Premio Planeta.

En 1949 escribe Luciérnagas, que presenta de nuevo al Premio Nadal, quedando semifinalista. Narra la historia de Sol, una niña bien perteneciente a una familia burguesa de pensamiento izquierdista que, en su andadura hacia la adolescencia, conoce el hambre y la desgracia. Aparecen varios niños en el relato: el hermano de Sol, los hermanos Borrero, etc., y todos serán como luciérnagas, perdidos y desorientados, intentando brillar en un mundo oscuro. A pesar de la neutralidad de la historia, fue censurada por el Gobierno. En 1955 publicaría una segunda versión con el título En esta tierra, y, por fin, pudo publicar el original en 1993.

A partir de ese momento, Ana María Matute se ve sumergida de lleno en el mundo de las letras, de la escritura y la literatura. Es un ambiente que le es natural, donde se siente cómoda y conoce a escritores y personas del mundo editorial con los que tiene cierta resonancia, con los que encaja y encuentra afinidad.

Entre estas personas conoce al escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, un hombre con mucha vitalidad, carisma, un aire seductor y un punto rebelde que rápidamente la atraen, pero de personalidad muy negativa. Contraen matrimonio a pesar de la oposición de sus padres cuando ella tiene veintiséis años, en diciembre de 1952, y tienen su primer y único hijo, Juan Pablo Goicoechea, en 1954.

Sin embargo, este matrimonio no fue fácil ni feliz. Ramón de Goicoechea no estaba hecho para la vida doméstica, y su matrimonio pasó por graves apuros económicos. El trabajo de Ana María se convirtió entonces en el único sustento de la familia, lo que provocó que la década de los años cincuenta fuera una de las más creadoras y productivas de la autora.

Aparte de escribir un cuento semanal para la revista Garbo y relatos para la editorial Destino, en esa década aparecen la mayoría de sus novelas, algunas de ellas ganadoras de premios.

En 1952 escribió Fiesta al noroeste, ganadora del III Premio Café Gijón, donde aparece una España sumida en la pobreza y la resignación.

En 1953 escribe la novela La pequeña vida; en 1954 y 1955 aparecen Pequeño teatro y En esta tierra respectivamente; 1956, 1957 y 1958 ven la aparición de tres cuentos sucesivos, Los niños tontos, El país de la pizarra y El tiempo; la siguiente novela, Los hijos muertos, se convierte en ganadora del Premio de la Crítica y también Premio Nacional de Literatura en 1959.

En 1962, la familia al completo se mudó a Porto Pi, Mallorca, a un apartamento muy pequeño sobre las rocas del mar y rodeado de flores. Ana María salía al jardín todas las noches con su hijo en brazos para dar las buenas noches a las flores que rodeaban el apartamento. Era un piso de alquiler precioso pero que difícilmente podían pagar, y su marido, que ya había empeñado varios utensilios y muebles de la casa, decidió vender la máquina de escribir con la que Ana María se ganaba la vida.

Este hecho marca otro momento decisivo en la vida de la autora, pues la motivó a solicitar la separación, que consiguió en 1963.

Las leyes españolas, propias de la sociedad patriarcal que se vivía en ese momento y que desfavorecían grandemente a la mujer, también se veían reflejadas en las situaciones familiares, y esto supuso que la custodia de su hijo fuera entregada al padre. Ramón, en un gesto de furia, abandona la isla y se traslada con su hijo a Barcelona, dejando a Juan Pablo a cargo de su abuela.

Esto creó un conflicto emocional en la vida de Ana María. El no tener acceso directo a su hijo, unido a la mala situación económica por la que estaba pasando, hizo que cayera en una pequeña depresión.

Gracias a la intervención de su suegra y de su cuñada podía pasar algún tiempo con su hijo, pero siempre a escondidas y normalmente los sábados; entonces iban al cine o al teatro, por lo que Juan Pablo será siempre para la autora «su niñito de los sábados».

De hecho, la siguiente vez que volvería a ver a su exmarido sería en la boda de Juan Pablo con su primera mujer y nunca más coincidirían.

Con respecto a la vivienda, ya que estaba arruinada, fue acogida en su casa por Camilo José Cela, que estaba muy bien posicionado. Ella va a decir de Cela que recogía en su casa a escritores como otras personas recogen gatitos de la calle. Y es que justamente en casa de Cela coincidirá también con Caballero Bonald, escritor y poeta con el que la uniría una gran amistad.

En la década de los sesenta Ana M.ª Matute escribe la mayoría de sus cuentos y dedica gran parte de sus obras infantiles a su hijo Juan Pablo. En una entrevista ofrecida al periódico El País, Juan Pablo recuerda a su madre como una mujer de gran temple, que nunca se enfadaba, muy alegre y capaz de convertir en un cuento cualquier acto de la vida cotidiana.

Sin embargo, sus cuentos van a romper con la idea de que la niñez es esa etapa inconsciente de la vida donde no existe ningún problema y siempre se es feliz. Ana María opina que la niñez no es una fase de la vida, sino una etapa completa en sí misma con su dosis de crueldad añadida: «La infancia es una edad total, una vida cerrada y entera»; «El niño está siempre solo, es quizás el ser más solo de la creación».

Los niños –piensa ella–, deben sentir el amor de los padres, pero los padres no deben sobreprotegerlos ni consentirlos, sino que deben dejarlos «lidiar con la malicia» que acompaña a la niñez para entrar en la siguiente etapa, la adolescente, sin complejos, sin traumas, sin problemas.

En sus cuentos vamos a ver reflejada una visión muy triste y gris de la infancia, con un toque hasta despiadado, donde los sueños, las ilusiones y el candor de los niños protagonistas de sus historias se rompen bruscamente cuando chocan contra la amargura de la realidad circundante.

Y es que, desde su primer relato hasta el último, ya sea novela o cuento, siempre ha querido dejar impresa la sensación de desánimo y de pérdida. La vida es perder cosas, es el proceso natural; así lo entiende y así lo deja marcado en sus obras.

Cuando por fin consigue la custodia de su hijo, tres años más tarde, demostrando que su padre se había desentendido de él, ya que había dejado su cuidado a cargo de la abuela paterna, sale de esa oscuridad en la que se encontraba emocionalmente y abandona España.

En la segunda mitad de la década de los 60 trabaja como lectora y profesora de Literatura Española en varias universidades, como Norman, en Oklahoma, y Bloomington, en Indiana. En la Universidad de Boston instituyó la Colección Ana María Matute, a la que cedió muchos de sus manuscritos y otros documentos.

Fue durante este periodo, en alguna de sus visitas a España, posiblemente en un viaje a Mallorca, cuando conoce al empresario Julio Brocard.

Comienza de este modo una etapa idílica. Su relación con Julio Brocard se vuelve más intensa y con él vivirá veintiocho años. Sin embargo, una gran depresión va a hacer mella en ella a partir de los setenta, sumiéndola en un silencio de casi veinte años en los que deja de escribir totalmente. No deja, sin embargo, de crear personajes, pero no se ve capaz de llevarlos a la vida en papel.

Durante este periodo de silencio, estuvo nominada para el premio Nobel de Literatura y, en 1976, según la academia sueca, su candidatura era la que más pesaba junto a la de Aleixandre. Fue finalista del premio Andersen, y no ganó porque las obras llegaron al jurado solo en castellano, a pesar de que estaban traducidas.

También viajó a Bulgaria con Escritores por la Paz, en junio de 1977, y en 1988 participó en la exposición bibliográfica «Libros de España: 10 años de creación y de pensamiento», celebrada en París.

Brocard muere de un aneurisma el 26 de julio de 1990, el día del cumpleaños de Ana María, y esto la sumió aún más en la tristeza. Su hijo, que trabajaba de piloto en Estados Unidos, regresó a España con su tercera mujer y desde entonces no la dejó.

Una fuerza de superación notable, su riqueza interior y el apoyo de su hijo y amistades como Carmen Balcells, hicieron que lentamente remontara.

«Si no arranco a escribir, me muero» diría más tarde, una vez que publicó Olvidado rey Gudú en 1996, que sería su obra maestra y la segunda en su trilogía de ambientación medieval.

La primera fue La torre vigía (1971), que narra los años de aprendizaje y formación de un joven caballero. Olvidado rey Gudú nos cuenta la expansión del reino de Olar. La tercera obra de la trilogía sería Aranmanoth (2000).

Escribió una trilogía propiamente dicha, Los mercaderes, integrada por Primera memoria, Los soldados lloran de noche y La trampa, que gozaron de un gran éxito en su época.

Fue elegida el 27 de junio de 1996 para ocupar el sillón con la letra K en la Real Academia Española, tras la muerte de Carmen Conde, tomando posesión el 18 de enero de 1998 con el discurso titulado «En el bosque»; pero ya era doctora honoris causa por la Universidad de León y miembro de varias asociaciones hispanistas en América, como la Hispanic Society of America y la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese.

En 2007 recibe el prestigioso Premio Nacional de las Letras, otorgado por el Ministerio de Cultura.

Finalizó Paraíso inhabitado mientras estaba hospitalizada, en febrero de 2008, a consecuencia de una fractura de tibia.

En 2010 aparece La puerta de la Luna. Este título viene de otro recuerdo de su niñez: de un barranco que había detrás de la casa de sus abuelos, con una cueva y una plataforma de rocas. Hasta allí subía a leer. Era como su pequeño refugio, donde podía escuchar las voces de las mujeres del pueblo a la vez que estaba inmersa en su soledad y su paz, como estar en el mundo sin ser del mundo. A ese sitio es al que llamó la puerta de la Luna.

Ese mismo año recibe el premio Cervantes, el mayor galardón de las letras españolas, siendo la tercera mujer que lo recibe desde su creación en 1976.

Todavía escribe cuando la encuentra la muerte el 25 de junio de 2014, a un mes de cumplir los 89 años. Estaba trabajando en la que será su última novela, Demonios familiares, protagonizada por una joven en un mundo de amor, traición y sentimientos confusos.

Desde siempre tuvo y sintió dentro de ella la necesidad de escribir, y pensaba que el proceso de la escritura es un misterio, como la magia. La vida también es magia. Ana María encontraba magia y misterios, sueños y fantasía en cualquier gesto o acto del vivir diario.

A pesar de la sensación de desánimo que puedan dejarnos sus obras, somos capaces de sentir esa magia en su modo de escribir. Leer a Ana María Matute es casi como leer poesía, pues escribe de un modo muy lírico.

Su muerte ha dejado al mundo de las letras españolas algo más huérfano, con un hueco que muy difícilmente podrá ser ocupado de nuevo. Sin embargo, la muerte la alcanzó haciendo lo que más quería, escribiendo.

De ella podemos aprender a vivir según los dictados del corazón. Fue una mujer que tuvo la fortuna de encontrar su sentido de vida, aquello que a veces llamamos vocación y que no es más que una llamada de nuestro interior, de nuestra alma. Cuando se encuentra esa vocación, cuando ponemos nuestro corazón en todo lo que hacemos, conseguimos hacer magia. Nos podremos equivocar, porque no somos infalibles, pero nuestras equivocaciones serán menos de las que creemos. Cuando oímos esa llamada interior y actuamos siguiendo sus susurros, nos alcanzará la muerte del mismo modo que a Ana María Matute, haciendo lo que más le gustaba, cumpliendo con lo que consideraba un deber y con una sonrisa en la boca.

Obras de Ana María Matute

Los Abel. Destino. Barcelona, 1948. Novela.

Fiesta al noroeste. Afrodisio Aguado. Madrid, 1952. Novela ganadora del III Premio Café Gijón 1952.

La pequeña vida. Tecnos. Madrid, 1953. Novela.

Pequeño teatro. Planeta. Barcelona, 1954. Novela ganadora del III Premio Planeta 1954.

En esta tierra. Éxito. Barcelona, 1955. Novela.

Los niños tontos. Arión. Madrid, 1956. Cuentos.

El país de la pizarra. Molino. Barcelona, 1957. Cuento.

El tiempo. Mateu. Barcelona, 1957. Cuentos.

Los hijos muertos. Planeta. Barcelona, 1958. Novela ganadora del Premio de la Crítica 1959.
Ganadora del Premio Nacional de Literatura 1959.

Paulina, el mundo y las estrellas. Garbo. Barcelona, 1960. Novela.

El saltamontes verde. Lumen S.A. Barcelona, 1960. Cuentos.

Primera memoria. Destino. Barcelona, 1960. Novela ganadora del XVI Premio Nadal 1959.

A la mitad del camino. Rocas. Barcelona, 1961. Cuentos.

Libro de juegos para los niños de los otros. Lumen S.A. Barcelona, 1961. Cuentos.

Historias de la Artámila. Destino. Barcelona, 1961. Cuentos.

El arrepentido. Rocas. Barcelona, 1961. Cuentos.

Tres y un sueño. Destino. Barcelona, 1961. Cuentos.

Caballito loco. Lumen S.A. Barcelona, 1962. Cuentos.

El río. Argos. Barcelona, 1963. Cuentos.

Algunos muchachos. Destino. Barcelona, 1964. Novela.

Los soldados lloran de noche. Destino. Barcelona, 1964. Novela. Ganadora del Premio Fastenrath 1962.

El polizón del Ulises. Lumen S.A. Barcelona, 1965. Cuentos. Ganadora del VIII Premio Lazarillo 1965.

La trampa. Destino. Barcelona, 1969. Novela.

La torre vigía. Lumen S.A. Barcelona, 1971. Novela.

Solo un pie descalzo. Lumen S.A. Barcelona, 1983. Cuento. Ganadora del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 1984.

La virgen de Antioquía y otros relatos. Mondadori. Madrid, 1990. Cuentos.

De ninguna parte. Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Madrid, 1993. Cuento.

Luciérnagas. Destino. Barcelona, 1993. Novela.

La oveja negra. Destino. Barcelona, 1994.

El verdadero final de la bella durmiente. Lumen S.A. Barcelona, 1995. Cuento.

El árbol de oro y otros relatos. Bruño. Madrid, 1995.

Casa de juegos prohibidos. Espasa Calpe. Madrid, 1996. Ensayo.

Cuaderno para cuentas. Cuento. En: Madres e hijas. Freixas, Laura (ed.) Barcelona: Anagrama, 1996. Cuentos.

Olvidado rey Gudú. Espasa Calpe. Madrid, 1996. Novela.

Los de la tienda. Plaza y Janés. Barcelona, 1998.

Todos mis cuentos. Lumen S.A. Barcelona, 2000.

Aranmanoth. Espasa Calpe. Madrid, 2000. Novela.

Paraíso inhabitado. Destino. Barcelona, 2008. Novela.

La puerta de la Luna. Destino. Barcelona, 2010. Cuentos.

Demonios familiares. Destino. Barcelona, 2014. Novela.

Fuentes:

Memoria, infancia y guerra civil: el mundo narrativo de Ana María Matute. Néstor Bórquez, 2011.

Guía didáctica – Cuentos de niños y niñas; clásicos escolares.

Infancias desgraciadas en “Primera Memoria” de Ana María Matute; María Luisa Pérez Bernardo, Universidad de Dallas.

www.cervantes.es

www.rae.es

No Comments Yet!

Leave A Comment...Your data will be safe!