Anna Pavlova poseía un talento innato para la danza. Su estilo, refinado y extremadamente poético, quedó magistralmente expresado en la que fue su más inolvidable creación: la muerte del cisne. Mundialmente famosa por su perfecto estilo clásico y su revalorización del romanticismo, bailó en las más importantes ciudades del mundo. De origen humilde y discreta en su vida personal, dedicó toda su vida completamente al ballet.
Anna Pavlova: la mejor bailarina del s. XX
(San Petersburgo (Rusia), 31 de enero de 1881-La Haya (Holanda), 23 de enero de 1931).
Poseía un talento innato para la danza. Su estilo, refinado y sutil y extremadamente poético, quedó magistralmente expresado en la que fue su más inolvidable creación: la muerte del cisne. Mundialmente famosa por su perfecto estilo clásico y su revalorización del romanticismo, bailó en las más importantes ciudades del mundo. Dedicó toda su vida completamente al ballet.
Anna Pavlova fue una de las bailarinas rusas más famosas del mundo en su época. Era una mujer de aspecto frágil y no tan bella como otras bailarinas, pero emanaba tanta gracia y magia en cada uno de sus movimientos que pronto fue aclamada por todo el mundo.
A diferencia de muchos artistas famosos por su vida personal excéntrica, intentó ser, en este aspecto, lo más discreta posible. Era de origen muy humilde. Hija de una lavandera (Lyubov Feodorov), la identidad del padre se desconoce. Era todavía una niña cuando su madre se volvió a casar con un soldado de la reserva, Matevy Pavlov, pero enviudó pronto.
Pavlova no pudo nacer en un país más adecuado para una niña con un talento innato para la danza. El zar de Rusia impulsó magníficas escuelas imperiales dedicadas a las artes. Según Pavlova, soñaba con bailar desde su más tierna infancia, pero decidió ser bailarina seriamente a la edad de ocho años, después de ver el ballet de La bella durmiente en el gran teatro Mariinsky. Dos años más tarde fue aceptada como estudiante en el ballet imperial de San Petersburgo. Esta escuela prometía protección material y educación a todos sus alumnos. A cambio de ello, la escuela pedía entrega, disciplina y dedicación completa. El primer año ya era segunda solista, y el segundo, se convirtió en la primera solista.
Su talento impresionó al gran maestro Marius Petipa. Pavlova también aprendió de otros famosos profesores y coreógrafos en el Mariinski, como Christian Johanssen, Pavel Gerdt y Enrico Cecchetti, y forjó técnicas y conocimientos sólidos de las más antiguas tradiciones del ballet.
Pavlova debutó por primera vez en septiembre de 1899 en el Mariinsky con La Virgen Vestal. La competencia entre bailarines fue muy intensa, pero ella pronto atrajo la atención por su gran calidad expresiva y poética.
Serge Diaghilev la llevó a París y, en mayo de 1909, actuó por primera vez en esta ciudad. Fue el salto a la fama. Su período en el ballet ruso fue breve. A Pavlova le desagradaban las nuevas tendencias coreográficas, lo que le llevó a rechazar en los Ballets Russes de Diaghilev el papel principal de L’Oiseau de Feu (1910), de Michel Fokine.
En 1910 Pavlova fundó su propia compañía con ocho bailarines rusos. Fue el reto más atrevido que realizó durante su carrera. Este hecho la llevó a tener total libertad creativa de las coreografías. El repertorio de su compañía incluía muchos de los clásicos del siglo XIX, además de los ballets The Fairy Doll (1914), de Ivan Clustine, y Dragonfly (Kreisler, 1914), California Poppy (Tchaikovsky, 1916) y Autumn Leaves (Chopin, 1918), de la propia Pavlova, entre otros.
La Primera Guerra Mundial la sorprendió en Berlín, pero consiguió trasladarse a Londres, donde actuó privadamente para el rey Eduardo y la reina Alejandra.
Durante el período que duró la guerra en Europa, la creciente compañía recorrió toda América; al finalizar la guerra, regresó a Europa y comenzó a realizar giras por todo el mundo. La compañía se mantuvo durante quince años, durante los cuales se cuentan más de 4000 representaciones por todos los continentes. Muchos espectáculos fueron organizados por el empresario Victor D’André. Este, probablemente, fue su marido, aunque no se ha encontrado un certificado que lo demuestre.
Sus bailes más famosos fueron siempre los efímeros solos dentro de las grandes obras. Especialmente el de La muerte del cisne, arreglado para ella por Fokine, con música de Saint-Saëns. Solía interpretar bailes adaptados especialmente a ella, que expresaban estados de ánimo, simbolizaban épocas o caracterizaban flores o criaturas: Hojas de otoño, Navidades, Impresiones orientales, El dragón. Todas sus interpretaciones eran bailadas con un inigualable encanto y elegancia.
El destino de la coreógrafa y bailarina no residió en la innovación sino en mostrar al mundo la gran belleza del ballet. Se considera una persona conservadora de su estética, representante del ballet clásico por excelencia, aunque, a través de sus viajes, se interesó y se inspiró especialmente por los bailes étnicos y la técnica de las danzas de India y Japón.
No tuvo hijos físicos, pero en sus relatos biográficos se explica cómo canalizó su amor hacia los discípulos de su escuela, a la transmisión de su sello artístico, y cómo apoyó económicamente a numerosas instituciones de acogida de niños huérfanos de la guerra.
En 1930, cuando Pavlova ya contaba con cincuenta años de edad, y después de treinta años de carrera, la danza era toda su vida. Físicamente no gozaba de la misma flexibilidad y fuerza que la de una bailarina más joven, pero sus representaciones eran tanto o más poéticas. La delicadeza y la magia eran expresadas a través de una gran sensibilidad forjada por el arte.
Después de unas vacaciones por Inglaterra y de regreso a La Haya, su ciudad de residencia en Holanda, el tren tuvo un accidente. Era una noche de gran nevada y pasó muchas horas de frío. Enfermó de una neumonía. La enfermedad se complicó y murió el 23 de enero de 1931 en La Haya, Holanda. Poco antes de morir pidió que le llevaran a su lecho de muerte el vestido con el que representó la muerte del cisne en numerosas ocasiones.
Las cenizas de la artista fueron enterradas en el Cementerio Golders Green, cerca de la casa donde vivió con el que se considera su marido y mánager, Victor D’André. En la casa había un pequeño lago donde se movían libremente una pareja de cisnes blancos, a los que tanto le gustaba observar largamente.
En 1924, el actor Douglas Fairbanks filmó algunos de los solos de Pavlova, que posteriormente pasaron a formar parte de la película The Inmortal Swan (el cisne inmortal),1956.
Afortunadamente tenemos a nuestro alcance gran cantidad de material fotográfico y reproducciones de vídeo donde se aprecia su gran profesionalidad y su calidad artística excepcional.
Anna Pavlova fue una gran celebridad e influenció a muchos de los grandes bailarines de su época. Todavía hoy muchas escuelas, sociedades y compañías se establecen en su honor.
Bibliografía consultada:
http://www.notablebiographies.com/Ni-Pe/Pavlova-Anna.html#ixzz3Y6vqf0dc
http://www.britannica.com/EBchecked/topic/447366/Anna-Pavlova
http://www.biography.com/people/anna-pavlova-9435343#death-and-legacy
http://en.wikipedia.org/wiki/Anna_Pavlova