Clara Campoamor es una destacada política española, famosa por su trabajo en pro de los derechos de la mujer y de la infancia. Destacó en la lucha a favor del sufragio femenino en los años treinta. Salió de España durante la guerra civil y murió exiliada en Suiza en 1972.
Nació el 12 de febrero de 1888, hija de Manuel Campoamor y María Pilar Rodríguez. A los trece años deja el colegio para apoyar económicamente a su familia. Pero mientras crece y trabaja también estudia. Clara consigue terminar el Bachillerato y se gradúa: tiene treinta y cinco años. Dos años después se licencia como abogada: es 1925. En la semblanza que hace Luis Bouché de su vida, la frase con que resume esta impresionante lucha es: «En menos de tres años una secretaria sin bachillerato se ha convertido en una jurista».
Fue activa conferenciante en la Asociación Femenina Universitaria y en la Academia de Jurisprudencia. Defendió siempre la igualdad de derechos de la mujer y su libertad política. En 1931 es elegida diputada. Luchó por establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de niños habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal.
«Yo solo he puesto la semilla… otras mujeres vendrán» (Clara Campoamor).
Clara Campoamor… Su nombre resuena en los corazones de las mujeres españolas por su ejemplo de valentía, de idealismo y de fidelidad a ese idealismo; de entrega constante; de paciencia, a veces resignada y a veces simplemente la paciencia necesaria para el desarrollo de la estrategia. Como ella misma se declaraba, fue humanista antes que feminista y ciudadana antes que mujer…
Nació un 12 de febrero de 1888. Su padre, don Manuel Campoamor, era empleado de un periódico, y su madre, Pilar, había sido una costurera que dejó el oficio para casarse.
Clara creció al mismo tiempo que lo hacía el movimiento feminista en España. A raíz de la muerte de su padre, su madre vuelve a trabajar y, aunque hace un esfuerzo para que Clara siga estudiando, a los trece años se ve obligada a dejar los estudios por necesidades económicas, y a comenzar a trabajar para ayudar a su familia, pues es la hija mayor.
En 1909 gana una plaza en el Cuerpo Auxiliar de Telégrafos (para ingresar no es necesario ser bachiller). Un año después, el ministro de Instrucción Pública, Julio Burel, facilita el acceso de las mujeres a todos los estudios universitarios.
En 1913 Clara obtiene una plaza de profesora de Taquigrafía en la Escuela de Adultos de Madrid. Mientras tanto, también trabaja de secretaria en el periódico La Tribuna.
En 1916 ingresa en el Ateneo de Madrid, momento que algunos biógrafos consideran crucial para su vida, pues entra en contacto con círculos feministas.
En 1921 retoma sus estudios de bachillerato; al mismo tiempo sigue trabajando de auxiliar-mecanógrafa en el Servicio de Construcciones Civiles.
Se sabe que en 1922 participa en la fundación de la Sociedad Española de Abolicionismo –los abolicionistas pretendían acabar con la prostitución– y también pronuncia sus primeros discursos en actos públicos junto a renombradas feministas de la época.
El 21 de marzo de 1923 obtiene el título de bachillerato, que le abre la puerta a la Universidad. Poco después se matriculará en Derecho, y a finales del año siguiente obtendrá la licenciatura.
En 1925 Clara inaugura su primer despacho profesional. En palabras de Luis Bouché, «En menos de tres años, una secretaria sin bachillerato se ha convertido en una jurista».
El padre de Clara era republicano hasta la médula… Cuando ella y sus hermanos eran pequeños, los regalos no se los traían los Reyes: se los traía la República. Cuando los niños le preguntaban a don Manuel por qué en la cabalgata no salía esa señorita que era tan buena con ellos, Manuel Campoamor les contestaba que ya vendría, vendría luego, tal vez cuando ellos fueran mayores y cuando él ya no estuviera ahí para verla. Pero la República vendría… Eso explica no solamente la tendencia política de los Campoamor, sino la fe y el amor que Clara tenía en la República desde niña, porque su padre se había encargado de que así fuera.
Clara Campoamor creyó siempre firmemente que para que la República obtuviera la transformación necesaria debía contar con mujeres y hombres preparados, conscientes, capaces de comprender, de hacerse cargo de sus decisiones y de las consecuencias de esas decisiones.
En su tiempo, lo más necesario que encontró por lo que pelear fue la lucha por la igualdad social: «Nuestra fe se quebrantó en cuanto una a una nos fuimos enfrentando con algún hombre, uno solo, inferior a nosotras en espíritu, en moral, en voluntad o en preparación, pero enormemente superior en capacidad y libertad jurídica y civil».
También sentía la necesidad de que la mujer se educara, se liberara de las «fuerzas ciegas de la ignorancia, del peligro y del dolor».
En los tiempos en que Clara levantaba su voz, la mujer tenía más derechos de soltera que de casada, condición en que entraba en una especie de esclavitud civil. En sus propias palabras, una de las pocas cosas que podía hacer la mujer sin tener que pedir permiso era morirse.
En 1929 logra, junto a otras mujeres, la legalización de la Asociación Universitaria Femenina y la Liga Femenina Española de Paz. Clara opinaba que lo único que hacía especiales a las mujeres universitarias era que «habían tenido la fortuna de alcanzar un mejor nivel cultural con el que embellecer su vida», y que «para ellas, es un deber entregar el espíritu y la voluntad a defender y ayudar a mejorar a las demás mujeres, sus hermanas».
En su labor política se caracteriza por la calidad humana, la ternura y la búsqueda de la justicia. Una verdadera justicia, en el sentido de que la ley no debería defender a los fuertes y dejar sin amparo a los más desprotegidos: las mujeres y los niños.
Su lucha por abolir la prostitución, la pena de muerte y el trabajo infantil fueron algunos de sus objetivos. Se destaca también por su trabajo en busca de la igualdad de derechos. En cuanto a su interés por la ley de investigación de la paternidad, a diferencia del pensamiento de la sociedad de la época, Clara opinaba que los hijos eran inocentes del «pecado» de sus padres y la ley de paternidad responsable les ampararía dándoles un apellido, alimentación y derechos. Además, al defender la maternidad, se permitía que la mujer que se casara por segunda vez no perdiera los derechos sobre los hijos de su primer marido y pudiera cumplir con ser madre antes que esposa. También luchó por el derecho de la mujer de decidir sobre su maternidad, sobre su propia nacionalidad, el derecho al divorcio y, especialmente, es de destacar su lucha incansable por lograr el voto femenino.
La cuestión principal en favor del voto femenino es la batalla contra el miedo: a los hombres, les enseña que no deben tener miedo de la elección de la mujer. Y a las mujeres de esa misma época que opinan que la española aún no está lista para decidir en política, les dice que la única manera de aprender es ejerciendo su derecho, incluido su derecho a equivocarse («dejar que la mujer actúe en Derecho es la única forma de que se eduque en él, sean cuales sean sus tropiezos»).
Para logar el voto femenino, Campoamor lo tiene transparentemente claro: el primer paso es aceptar la igualdad ante la ley, sin distinción no solamente de condición social, de lugar de nacimiento, etc., sino principalmente de sexo. Los hombres y las mujeres deben ser iguales ante la ley. Si ese paso se logra, se abrirá luego un camino para la mujer de las siguientes generaciones, «y si algo han de servir estas líneas a la mujer en sus futuras batallas, que algunas le restan, estampemos un aviso a los navegantes: las victorias o las derrotas se fraguan y aderezan en los preparativos de la lucha».
Clara dice que cuando un hombre defiende sus derechos no se le llama «hominismo», ¿por qué si una mujer defiende sus derechos y desea realizarse plenamente en todas sus posibilidades, que le son naturales, ha de llamarse feminista? Su lucha está por encima de las diferencias de género, que por otro lado nunca apoyó, ya que su lucha se fundamenta en la justicia y la humanidad. Para Clara, tanto hombre como mujer estamos hechos de mitades de varón y hembra. Los principios masculinos y femeninos están presentes en ambos. A los diputados que alegan que la mujer es inconsciente, ella les recuerda que dentro del hombre vive también la mujer: «Votan y eligen ustedes, pues, también con su parte inconsciente». Sus argumentos son educados, firmes, inteligentes, cargados de la observación propia de un filósofo. Su agudo ingenio y su discurso impecable conquistan cuando se la conoce. Ya se lo dice un diputado, galantemente: «Clarita, si todas las mujeres fueran como Ud., no dudaría en otorgarles el derecho al voto».
Gracias a la tenacidad y fortaleza de Clara Campoamor y sus argumentos cargados de verdad ante las Cortes constituyentes, donde actuaba como diputada, el voto femenino es aprobado en 1931. Las españolas lo ejercen por primera vez en las elecciones de 1933.
Durante toda la lucha por el voto y durante los siguientes cuatro años de gobierno, Clara Campoamor es duramente criticada y atacada. Todo parece indicar que el resultado de las elecciones es «culpa del voto femenino» (ha ganado la derecha). Contra los ataques a que se le sometió dio Clara «pruebas de cumplida paciencia, esperanzada en que la necedad humana no puede durar por siempre». Cuando para el año siguiente, las elecciones tienen otro resultado (la victoria de las izquierdas), a Clara Campoamor se la sigue marginando.
Entonces es cuando ella se da cuenta de que los ataques y las críticas no tienen como causa un tema político; la única razón es que el voto femenino da miedo. Ese quinto año, escribe Clara el libro El voto femenino y yo: mi pecado mortal: «Hoy la ingrata realidad me ha partido las esclusas de la paciencia, y a cuenta de cuanto soporté será justificado mi anhelo de aportar mis impresiones, mi actuación, las de otros, y examinarlas a la luz de la respuesta que a todos dio la realidad. Y espero que, después de oír en silencio durante cinco años clamores apocalípticos, no se juzgue desorbitada mi pretensión de hablar yo también». Su libro nos acerca no solamente a su inteligencia y su hábil estrategia, sino también a las dificultades y a la realidad que se vivía en esa época. Eso que ella llama «pretensión de hablar» lo ejerce con la corrección de una dama y con el examen de conciencia y el aprendizaje de una persona que, aunque se siente dolida, no tiene rencor. Ha aprendido tanto y ha logrado tanto que al final se encuentra aún más firme y más fuerte, el dolor la ha agrandado: «Todo lo doy por bien sufrido» y tiene la íntima certeza de que «Cuando hice falta, estuve en mi sitio».
En sus palabras, siempre pensó que para que España cambiara, era básico destruir el desprecio ideológico del hombre por la mujer, «que prefiere verla como a un objeto, como a una especie de animal sin domesticar que necesita algo que la contenga»; como le dijo un diputado a Clara una vez: “Es bueno que la mujer tenga el freno de la Iglesia”.
Para Clara lo más doloroso era la separación que existía en la mente del hombre en ese momento: eran los tiempos de la nueva república, el hombre proclamaba los derechos, la modernidad, se levantaba ante el orden del patriarcado de las derechas, de la cultura clerical… y seguía enviando a sus niños al colegio católico, y en casa le era cómodo tener una mujer obediente, sumisa, creyente, devota.
De alguna manera, Clara Campoamor no solamente pelea por las mujeres externas; también pelea por renovar el principio femenino de los hombres de su época. ¿Qué mundo nuevo nos espera si esos hombres siguen mirando aspectos de su propia vida con mirada vieja? Era hipocresía, y había otra palabra para designarla más impresionante, que descubrió después, mucho antes que la psicología actual: que el hombre, en realidad, tenía miedo. Miedo, porque según la vieja leyenda del Talmud, Adán había elegido a Eva, la mujer astuta y sutil… Pero en alguna parte afuera existía Lilith, la mujer independiente, de voluntad propia y de espíritu amplio.
El hombre tenía miedo de lo que podía pasar si la mujer escalaba otros puestos, si además de ser diputada y elegir al presidente, intentaba algún paso más allá… «Se opone a la incorporación de toda mujer que, por una actividad demostrada o por una capacidad supuesta, pueda perturbar por su acusada personalidad las tranquilas sobremesas políticas de los que aspiran dirigir el país».
Pero si a la mujer la sujetan y no la dejan hacer, nunca se sabrá si la mujer es buena para la política o no. Si no la dejan actuar, nunca lo sabremos, dice Clara. Lo que sí se había demostrado es «la suma de las incapacidades masculinas»…, eso ya se había demostrado, muchos años. ¿Habría personas dispuestas a hacer de la nueva república algo especial, íntegro, completo?… En palabras de Clara, una república con la Constitución «mejor, la más libre, la más avanzada del mundo civilizado, marcará un ejemplo a los países latinos».
Descubrió que ese miedo a la mujer era ancestral y subconsciente. La mayoría de los hombres opinaban que era desgraciada una sociedad donde la mujer no se contenta con ser esposa y madre, y que no es bueno fomentar vocaciones en ella que la atraigan a la calle. Miedo que también tenía la mujer de sí misma, y que Clara interpretó y explicó sin condenarla: «No puede ser de otro modo con la mujer. Relegada a las menudencias del hogar, a las mezquindades del parloteo, a las pequeñeces de la existencia, no puede aportar al principio sino toda esa mezquindad a la que se la redujo. Se le dio educación de esclava; educación de esclava asoma tras de sus primeras manifestaciones libres. Se le enseñó a no confiar en sí misma; desconfía de todas las demás mujeres. Se la desconoció; desconoce a las demás. Se le repitió en los más variados tonos que la mujer no entendía de determinadas cosas; y no se le ha olvidado todavía».
«Dejad que la mujer se manifieste como es para conocerla y para juzgarla; respetad su derecho humano»
Ante las reacciones de las diferentes tendencias políticas, las distintas opiniones («la mujer votará como vota su marido» frente a «la mujer votará a las derechas porque simpatiza con la Iglesia») y los diferentes resultados en las dos primeras elecciones, Clara entiende que las ideas contrarias al voto femenino no tienen nada que ver con la política, sino con la mentalidad. Una mentalidad cerrada y retrógrada contra la que había nacido para pelear.
«Un largo centenario nos separa de ti… pero solo es tiempo, no ideas: tus ideas, tu proyecto… porque tus ideas siguen siendo nuestras ideas y tu proyecto , hoy vivo, sigue siendo nuestro» (Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la Asociación Clara Campoamor).
Bibliografía
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