La poetisa mallorquina María Antònia Salvà nació en Palma en 1869. Residió casi toda su vida en Llucmajor, donde escribió toda su obra literaria aislada de la vida mundana y rodeada de naturaleza, reflejando la vida del campesinado de la época.
Maria Antònia Salvà, la sencillez de la poesía
María Antònia Salvà Ripoll nació en Palma el 4 de noviembre de 1869. La poeta mallorquina pertenecía a una familia de propietarios rurales que tenía una posesión solariega en la Llapassa, en Llucmajor, donde residió casi toda su vida. Aislada de la vida mundana y rodeada de naturaleza, escribió toda su obra literaria, que refleja la vida del campesinado de la época.
A los tres meses de vida, al perder a su madre, fue a vivir a Llucmajor con una tía, mientras su padre ejercía de abogado en Palma. El sentimiento de amargura y el pesar por no conservar ningún recuerdo de la madre se plasma en el poema «Las flores caen…».
A los seis años se traslada a la ciudad, donde, además de ir a la escuela, lee la revista Museo Balear, que la pone en contacto con la poesía mallorquina.
Su padre era un intelectual muy bien relacionado y muy pronto le presenta a Miquel Costa, Pedro de Alcántara Peña y Mateu Obrador, entre otros.
La relación con el poeta de las Horacianes, El pino de Formentor y Cala Gentil es decisiva en su vida, y cuenta la poetisa en sus memorias que la estancia en Pollença, invitada por él, fue un deleite inconmensurable: «Aquello era una doble fiesta para el espíritu y para los ojos».
La maestría no solo llegaba a su propia poesía, que Miquel Costa le repasaba al principio y se encargaba de hacerle publicar, sino que también la impulsó a aprender francés y provenzal, lo que le permitió publicar la obra de Frederic Mistral, junto con Guillem Colom.
Cuando buscamos las influencias de María Antonia, nos encontramos que, ya en su niñez, las canciones y glosas de la nodriza y de la sirvienta de la casa la motivaron a hacer canciones que ella dice que a veces no entendía, pero rimaban.
Después, en la canción popular se añade la influencia de la poesía culta que proviene del lírico pollensín, como ya hemos dicho, y también, y muy especialmente, de Jacinto Verdaguer. Carner influyó de una manera muy notable en la forma poética de su época de madurez. Joan Alcover y Frederic Mistral también influyeron en su producción literaria.
Desde joven ya citaba de memoria versos del Canigó, de romance y Cantos místicos y de la Atlántida de Verdaguer, haciéndole latir el corazón, porque coincidía en la visión sencilla, popular y franciscana que el poeta de la Plana de Vic mostraba de la naturaleza.
Como dice ella misma:
«Que su obra influye en mí, no se puede dudar; a veces un solo verso, una sola palabra de sus libros, me conmovían el alma inefablemente, porque yo era una apasionada de la naturaleza, con la que vivía en contacto durante las largas temporadas que pasábamos en el campo. Desde las magnas puestas de sol, y los pinares olorosos y la vastedad de los semilleros, hasta las cosas más humildes: un panal de miel, un nido de pajarillos, todo me ganaba el corazón. De estas pizcas está llena mi pobre poesía; pobre solo por lo que mira a mí misma, que no la sé expresar; rica por la maravilla de cada cosa, por la obra de Dios que yo no hago más que contar».»
En 1903 ganó un certamen literario con el poema «El verano», y empezó a colaborar con las revistas Cataluña e Ilustración Catalana, y unos años más adelante, en Migjorn.
En 1907, junto con Miquel Costa i Llobera y un primo, se embarcaron en el barco Île de France, viajando por todo el Mediterráneo: visitaron Atenas, Constantinopla, Patmos, Rodas, Jerusalén, El Cairo, etc., y desembarcaron en Barcelona. Las impresiones de este viaje provocaron una serie de poemas y la redacción de un diario titulado Viaje a Oriente, que no se publicó hasta 1998.
En 1910 se publica Poesías, su primer libro de poemas; en 1926, Espigas en flor; en 1934, El retorno; en 1946, Golosinas y juguetes. En 1948, superando problemas con la censura, la editorial Moll publica Cielo de tarde. Luneta de campo salió en 1952 y es el último volumen poético que cierra la colección.
Y, en 1955 da a conocer su libro de memorias, Entre el recuerdo y la añoranza.
Una larga y plena vida acompañó a esta poetisa mallorquina hasta que el 29 de enero de 1958 partió hacia una vida mejor.
No es fácil decir si se sentía tan feliz y llena porque tenía mucho, o si era porque quería y apreciaba todo cuando la rodeaba, desde las gentes, los paisajes, los versos, los sentimientos, las oportunidades, hasta cosas más sencillas como un pajarito o las flores de los almendros, pero el caso es que María Antonia Salvá supo dar la vuelta a una vida que para otros hubiera sido de desgracia prolongada, sin conocer a su madre, sin formar una familia propia, pero siempre contando con la compañía de amigos y conocidos que, dándole el último adiós allí, en Llucmajor, su pueblo amado.